Ante cualquier experiencia que implica sufrimiento son múltiples, miles, las iniciativas que surgen para acompañar, sostener, consolar o cuidar a otros. En estos días todos hemos sido testigos de la enorme belleza y creatividad del ser humano cuando se dispone a ayudar, a servir.
¿Por qué con frecuencia dejamos de ser conscientes de la grandeza del ser humano?, ¿Os imagináis cómo sería el mundo, la comunidad humana, si todos pusiéramos cada día lo mejor de nosotros mismos al servicio de los demás y del bien común?, ¿os imagináis cómo sería mi comunidad, mi familia, mi entorno de trabajo si YO fuera la persona que estoy llamada a ser?
Dejando a un lado la imaginación y las nostalgias de lo que podría ser y de momento no es, si tú estuvieras llamado a acompañar a tus hermanos o hermanas de comunidad, ¿qué no puede faltar para servir más y mejor?
A nivel personal se presupone madurez, equilibrio emocional, cierto nivel de autoconocimiento y autoaceptación, además de cualidades naturales que ayuden a generar confianza y que me ayuden a empatizar con el prójimo, conocer sus necesidades y acompañarle con prudencia y sin prisas.
También se presupone verdadero interés en el hermano/a que vamos a acompañar, no se trata de cumplir con una obligación o un deber cristiano, se trata de amar a la persona que vamos a acompañar empezando por la aceptación y la acogida, y siguiendo con el deseo de procurar su bien, ayudarle a encontrar si fuera el caso su propia belleza y recursos para seguir adelante, ayudarle a ser dócil al Espíritu.
En ese amar al prójimo más próximo, tu hermano, hay que revisar muchas cosas: ¿cómo miro habitualmente a los demás?, ¿me condicionan los prejuicios?, ¿de verdad doy tiempo a conocer todo lo que es o ha sido significativo en su vida?, ¿me aproximo desde el respeto a sus esquemas mentales, modo de afrontar la vida y relacionarse con los demás?, ¿qué sentimientos y conductas despiertan en mí su modo de ser, los sé gestionar desde mi propia vulnerabilidad?
Igualmente se da por sentado un sentido de vida orientado al servicio, que se comprometa más allá de una necesidad puntual o de un deseo de satisfacción personal, de vanagloria.
Pero, ¿qué más?, ¿cómo puedo dar la mejor versión de mí mismo en este caminar juntos?
Pensamos que debe darse un anhelo consciente de vivir desde la propia grandeza, desde todo aquello que el Señor ha sembrado en mí y me conecta con la vida y me lleva a la plenitud. Se trata de optar, de manera continua, por vivir desde la compasión, desde la esperanza y la gratitud, entre otras cosas. Se trata en definitiva de dejarse acompañar por el Señor en todos los momentos de la vida, en los momentos de alegría y abundancia, pero también, y especialmente, en los momentos de sufrimiento y soledad.
¿Cómo me dejo acompañar por Él?, ¿busco con anhelo encontrarme con Él?, ¿cómo aprovecho los momentos en los que experimento la soledad?, ¿qué razones me llevan a confiar y a esperar, soy dócil al Espíritu?, ¿qué aprendizajes voy atesorando desde mi propia experiencia del sufrimiento?
Antes de acompañar uno tiene que saber dejarse acompañar por el Señor