Bienaventurados aquellos que comprenden mi paso vacilante y mi temblorosa mano, quienes tienen en cuenta el esfuerzo de mis oídos para captar lo que ellos hablan; los que descubren que mis ojos están ya muy nublados y que mis reacciones son lentas.
Bienaventurados cuantos desvíen su mirada con disimulo al ver que he derramado la taza de café sobre la mesa, los que, sonriendo, me conceden un rato para charlar cosas sin importancia; aquellos que nunca dicen: ¡Ya ha contado usted eso dos veces!
Bienaventurados los que me siguen la corriente cuando les hablo de cosas sin sentido, los que saben arreglarse para traer a la conversación cosas pasadas; los que esperan pacientes a que pueda hacer las cosas por mi mismo, y con disimulo, me ayudan cuando ya no puedo más.
Bienaventurados cuantos me hacen comprender que soy amado y que no estoy abandonado ni solo, los que me tratan con dignidad y no como un niño pequeño; los que comprenden lo que me cuesta encontrar fuerzas para llevar mi cruz.
Bienaventurados los que me ofrecen una mano, una sonrisa, un beso y un adiós cariñoso en el último momento.
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2 comentarios
Agradezco esta ventana de sentido en los momentos que vivimos, de confusión, de inseguridad, de palpar la fragilidad en todas las personas, y la tarea de acoger y QUERER nuestra propia debilidad, necesitamos dejar de creernos «protagonistas» y asmir humildemente que somos colaboradores- eso si no lo impedimos- a la acción del Señor, dueño de la historia. MUCHAS GRACIAS por estos acercamientos y lectura que ayuda para abrir nuestra mirada y comprensión para poder acoger y aceptar nuestro SER y el de cada persona
Gracias por el blog. Que el Señor bendiga vuestra misión.