Queremos vivir de forma sana nuestro envejecimiento, pero, ¿cómo? (parte V)

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Si ahora mismo les hago la pregunta de qué entienden ustedes por tener una buena salud espiritual, es probable que muchos piensen exclusivamente en rezos, oraciones y en la dimensión relacional con Dios.

Pero la salud espiritual va mucho más allá, es más extensa y abarca todo nuestro ser. No podría ser de otra forma ya que somos seres ligados a Dios a varios niveles:

  • Porque hemos sido creados por Él, y hechos a imagen suya con absoluta gratuidad.
  • Porque nos relacionamos con otros semejantes a nosotros, creados también a imagen de Dios. Una forma de concienciarnos de que somos interdependientes es pensarnos relacionados con Dios por medio de los hermanos, y todas las demás dimensiones que hemos visto, también ésta, se afectan entre sí. 
  • No somos solo presente, con Él también vamos de la mano en el futuro, fuera de nuestra imagen carnal.
  • Dios nos envuelve por completo, la conciencia de ello nos hace ser agradecidos y por ende, sentirnos cuidados, amados, mimados y seguros. Esto aporta salud espiritual.

No debemos olvidar, de cara al cuidado espiritual, en darnos cuenta de que todas cometemos errores, que somos seres finitos y limitados, y que no pasa nada por no ser perfectos.

Como creyentes, tenemos siempre en mente que Dios es más grande que nuestros errores y problemas y que Él los acoge con cariño. Y el primer paso para aceptar Su perdón es ser misericordiosos con nosotros mismos y reconocer que necesitamos ayuda con nuestro propio cuidado concediéndonos permiso para ser humanos. 

Pero cuando hablamos de salud espiritual no solo nos referimos a lo comentado, sino también al compromiso libre, sin fanatismos, ni esclavitudes sobre la propia Consagración y/o la vivencia de la misma en Comunidad (o de cualquier otra forma, dado que también un matrimonio recibe la llamada y tiene que responder a ella desde la misma libertad que un Consagrado a la Vida religiosa o sacerdotal).

No se puede entender una buena salud espiritual sin la libertad de la llamada y el mantenerse fiel a ella desde la libertad de seres creados por Dios.

No nos olvidemos de los fanatismos de algunos que dañan la convivencia y las vidas, que impiden tener una buena salud interpersonal y que es una enfermedad transversal que entra en la espina dorsal de una Comunidad religiosa. Los intolerantes solo saben aplaudirse a sí mismos y no saben escuchar a quien presenta un matiz de discrepancia. El fanático no tiene capacidad de autocrítica, no toma distancia de su modo de ver las cosas, ni de sus ideas.

Algunos fanatismos también se disfrazan de tolerancia y apertura, cuando en realidad imponen un relativismo dogmático que no acepta ningún disenso, porque no pueden aceptar que alguien defienda sus ideas o que tenga algunas certezas que esté dispuesto a defender. El relativismo dogmático es hijo del miedo, igual que el fundamentalismo, porque teme del diferente, teme que no pensemos todos de la misma forma.

Por eso, aunque algunos grupos sean más fácilmente identificables con actitudes fanáticas, muchas veces quienes los critican con una agresividad injustificada, manifiestan la misma miopía, el mismo fanatismo que no acepta la diferencia.  

Cuidar de estas miradas enfermizas también nos permitirá tener una mejor salud espiritual, ser más íntegros, más naturales, mejor imagen de Aquel que nos creó.

Recuerda que…

¡Si nos cuidamos mejorará nuestra calidad de vida!

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3 comentarios

  1. Muy buena reflexión para estos tiempos que tanta novedad acarrean, tanto para mejor como para despistarnos, muchas veces. Gracias por esta oportunidad de ayudar a entender mejor la verdadera humanización de la persona.

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