Un camino de la oscuridad a la luz

Reflexión espiritual para vivir este tiempo litúrgico. La experiencia de la oscuridad del pecado y las ayudas de Dios nos permiten llegar a la luz, a la resurrección y  a la vida.

Partimos de nuestra realidad, de nuestra vida concreta y cotidiana. Cada uno, quien más y quien menos, somos conscientes de no ser perfectos, sobre todo cuando, más que observarnos desde una ley expresada en mandatos, lo hacemos desde el Evangelio y las actitudes a las que Jesús nos invita. El mensaje de Jesús es claro y conciso. Una sola Ley:

«Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo» (Mc 12,28-34).

Es un mensaje aparentemente sencillo, pero que se va complicando a medida que debemos aplicarlo a la vida concreta y actuar en consonancia.

La Cuaresma nos ha invitado a sentir que somos gente que está lejos de obrar con la generosidad y el amor que deberíamos, invitándonos a la revisión interior y al arrepentimiento a través del ayuno, la limosna y la oración. Por tanto, reconocer que tenemos lagunas y que cometemos errores. Es el primer paso para poder iniciar un camino de conversión.

 Las tentaciones. Somos humanos

¿De dónde nos viene la tendencia al pecado? El ser humano tiene un sustrato animal. Dios tomó el barro, uno de los elementos de la creación, y lo enriqueció con una dimensión divina, su ruah, su aliento, formando un híbrido, parte criatura, parte divino. Pero, a su vez, Dios nos dio un regalo maravilloso, pero extremadamente peligroso: la libertad.

La libertad es la que hace que nuestros actos puedan ser buenos, dirigidos a los demás y su bienestar, o sean egoístas, dirigidos hacia nosotros mismos, a nuestros intereses, lo que nos aleja de los demás y, por tanto de la posibilidad de amar. Si me dedico a mí mismo no tengo tiempo para los demás ni para Dios.

Esa tendencia al egoísmo que tiene el ser humano se materializa en las tentaciones las cuales podemos resumir en una palabra: el egoísmo, ya que todas ellas van dirigidas a satisfacer mis necesidades e intereses.

Las tres tentaciones de Jesús (Mt 4, 1-11) nos lo muestran muy claramente:
1.  «Convierte las piedras en panes»: utiliza tus capacidades y cualidades para tu bienestar.
2. «Está escrito, mandará a sus ángeles para que tu pie no tropiece»:  manipular y utilizar a Dios para nuestro interés.
3. «Te daré todos los reinos de la tierra»: La ambición y deseo de control de los demás.

La Palabra y el don de entendimiento

Frente a nuestra realidad pecadora, Dios no se queda impasible. Nos va a proporcionar una serie de ayudas que nos permitirán vencer esas tentaciones que nos alejan de Él y del designio que tiene sobre nosotros.

Por un lado, nos da la Palabra.

«En tiempos antiguos Dios habló a nuestros antepasados muchas veces y de muchas maneras por medio de los profetas. Ahora, en estos tiempos últimos, nos ha hablado por su Hijo» (Heb 1,1).

Es la escena del Monte Tabor. Jesús rodeado por Moisés, que representa la Ley, y Elías, el profeta intérprete de la Palabra del Antiguo Testamento (Lc 9, 28-36). Jesús es la Palabra que nos muestra el camino. Nos da la buena comprensión de los textos del Antiguo Testamento y los completa permitiéndonos conocer profundamente a Dios.

«Habéis oído que se os dijo… pues yo os digo…» (Mt 5,38-48). Jesús nos da la interpretación correcta de lo revelado en el Antiguo Testamento. Y sobre todo nos dejará bien claro el mandamiento principal de la Ley: «Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo» (Mc 12,28-34).

Pero no queda todo ahí. Jesús es la revelación plena, además de la reinterpretación del Antiguo Testamento. A través de sus enseñanzas y obras, nos irá completando su mensaje.

A esto hay que sumar que además hemos recibido el don de entendimiento en nuestra confirmación. Es el que nos permite entender la Palabra, no como texto humano, sino como Palabra de Dios. Desde ahí, Dios tiene un medio privilegiado para manifestarse y darnos a conocer su voluntad a través de los dones del Espíritu Santo.

La oración y los dones de piedad y sabiduría

La lectura y comprensión de la Palabra puede quedarse corta si buscamos comunicarnos con Dios. La comunicación consiste en escuchar y hablar, contar al otro, lo que vives y lo que piensas. Por eso es necesario un cauce complementario a la escucha de la Palabra. Se trata de establecer un diálogo. Ahí es donde entra la oración. Dios nos ofrece el privilegio de comunicarse con nosotros, hablándonos al corazón y permitiéndonos que le contemos lo que vivimos y sentimos.

La Lectio Divina es uno de los modos de oración que nos permite vivir esa comunicación en toda su plenitud. Dios nos da, también aquí, otro don, el de sabiduría que recibimos en la confirmación como complemento del de entendimiento. Es el que nos permite contrastar y enriquecer con nuestra experiencia de vida y nuestra reflexión lo que Dios nos transmite en la lectura de la Palabra.

No hablamos de sabiduría como acumulación de conocimientos, sino la sabiduría que da la experiencia de vida y de fe.
Es a partir de ahí donde podemos «hablar de amistad con quien sabemos nos ama» (Santa Teresa de Jesús).

Jesús es la luz que nos muestra las obras de Dios

Jesús nos muestra las obras de Dios y, a través de ellas, su rostro. Sólo podemos decir que conocemos al auténtico Dios si hemos visto su rostro. Como dice el salmo:

«Tu rostro buscaré, no me escondas tu rostro» (Sal 27, 8-9).

A través de la lectura de la Palabra y la oración, vamos conociendo a Dios cada vez más, pero sólo llegaremos a conocerlo a fondo si completamos nuestra relación con el conocimiento de sus obras. Dios actúa en nosotros y en nuestros hermanos. Si nos quedamos encerrados en nosotros mismos, por mucho que leamos la Palabra y oremos, no llegaremos a conocerlo a fondo. Son sus obras las que completan lo que Él nos transmite.

«Si no creéis en mí, creed mis obras» (Jn 14,11).

Las obras de Jesús son las que manifiestan realmente su grandeza. El don de temor de Dios es el que nos muestra y nos hace experimentar lo grande que es y lo pequeños de que somos. Haciéndonos experimentar su grandeza y el gran misterio de cómo alguien tan grande puede amar tanto a una criatura tan pequeña como cada uno de nosotros nos desvela su rostro. Descubrir nuestra pequeñez no es rebajarnos o minusvalorarnos, sino entrar en la dinámica del amor.

San Francisco al hermano Rufino: «Ahora sabes lo que es un hermano menor: un pobre, según el Evangelio. Un hombre que, libremente, ha renunciado a ejercer todo poder, toda clase de dominio sobre otros, y que, sin embargo, no es conducido por un alma de esclavo, sino por el espíritu más noble que hay, el del Señor. Esta vía es difícil. Pocos la encuentran. Es una gracia. No llegarás a ello luchando, sino adorando -replica dulcemente Francisco. Dios es, eso le basta. Y eso le hace libre. Sí supiéramos adorar -dijo entonces Francisco-, nada podría verdaderamente turbarnos.» (Sabiduría de un pobre)

Ese descubrimiento de la grandeza de Dios (don de temor de Dios) y nuestra pequeñez es, precisamente, lo que nos llevará a la necesidad de alabarlo (don de piedad), aunque de forma tan imperfecta.

 Jesús es la resurrección

El mayor temor de una persona, crea o no crea en Dios, es la muerte. Es abocarnos a un misterio, a lo desconocido y al abismo.

Yo pensé: «En medio de mis días tengo que marchar hacia las puertas del abismo; me privan del resto de mis años».
El abismo no te da gracias,
ni la muerte te alaba,
ni esperan en tu fidelidad
los que bajan a la fosa.
(Is 38, 10-14. 17-20)

Pero Jesús es capaz de vencer a la muerte a pesar de nuestra incredulidad. Jesús dice a Marta: “Basta que tengas fe” (Jn 11, 40).

La fe es un gran regalo. Es desde ella desde donde podemos entender y vivir las realidades anteriores: Palabra, oración y obras. Si no, no serían más que cuestiones meramente humanas, a la vez que sería imposible pensar que hay unos dones del Espíritu que las animan.

Pero la fe hay que hacerla crecer y robustecerla. No vale el pensar que es una estrellita sobre mi cabeza y con eso lo tengo todo resuelto.

Sólo el que cree es capaz de amar como Dios y eso le llevará a descubrir la luz. Él es “el camino la verdad y la vida” (Jn 14, 6) y la Luz que ha venido al mundo.

Puntos para reflexionar: comienza con estas preguntas y déjate llevar por el Espíritu

  • ¿Eres consciente de que Dios te ha elegido para trabajar con Él?
  • ¿En qué medida cultivas tu relación con Él? ¿Le escuchas y le cuentas?
  • ¿Te dejas interpelar por Él a través de la Palabra, la oración, los hermanos o la sociedad?
  • ¿Eres consciente de que el Espíritu actúa en ti? ¿Te dejas llevar por Él?

 

Juan Gomendio
Sacerdote

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7 comentarios

  1. Muy bonita reflexión y a la vez sencilla que ayuda a la oración. Gracias por este servicio el día de Jueves Santo. Gracias-

  2. Muy profundo y real este tema para que reflexionemos y actuemos acompañadas por el Espíritu Santo, que si le damos cabida en nuestra vida nos acompaña y nos guía.
    Gracias por estos temas tan buenos que nos mandáis.

  3. Muy motivador y enriquecedor.
    No obstante, una idea me chirría en mi interior: «El don del temor de Dios». Ese Dios Padre-Madre que nos crea por amor, que solo sabe amarnos, independiente de lo que seamos o hagamos, ¡somos sus hijos queridos!, que es capaz de cualquier cosa por nosotros, hasta dar su vida, ¿a ese Dios tengo que temerle?
    Hay muchos más argumentos, tanto a favor como en contra de esta reflexión (como «id malditos de mi Padre al fuego eterno del infierno). Pero la Buena Nueva que nos trae Jesús es la de un médico que nos cura y no la de un juez que nos juzga y en todo caso, nos perdonará «hasta 70 veces siete», SIEMPRE.

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