En este día santo, somos llamados a descubrir, desde la fe, el sentido profundo de la entrega redentora de Cristo crucificado.
Sonia Ortega Sandeogracias, profesora de la Sagrada Escritura en la Universidad San Dámaso
Contemplar lo que el mundo no ve
La Iglesia nos invita en este día a fijar nuestros ojos en la cruz, a contemplarla, a adorarla. Pero ¿qué contemplamos al ver la cruz?
Un día en Cesárea de Filipo, el Maestro les preguntó a sus discípulos: “¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?” (Mt 16,13) ¿Qué ven los hombres cuando se encuentran con el crucificado? ¿Qué ve el mundo en la cruz? Muchos verán simplemente un símbolo cristiano, un condenado a muerte, otros quizá un revolucionario. Sin embargo, la gran mayoría de los no creyentes expresaría su perplejidad por esta invitación de la Iglesia a contemplarle precisamente en esta situación. ¿Por qué fijar los ojos en el sufrimiento y el dolor? La cruz es un lugar de muerte, un lugar de condenación, los ojos escapan con rapidez ante semejante visión.
Ver con otros ojos: la mirada del creyente
“Y vosotros ¿quién decís que soy yo?” (Mt 16,14) ¿Qué contemplamos nosotros hoy en la cruz? Son necesarios otros ojos para mirar hoy a Cristo. No con los ojos del mundo, Señor.
Los cristianos contemplamos la victoria en la cruz, contemplamos el significado más profundo del amor, su medida. Contemplamos un amor que no se ha detenido ante el dolor ni el sufrimiento, no se ha detenido ante las mentiras y las burlas. La respuesta ante la traición y el abandono de los suyos ha sido seguir amando.
En la cruz hemos conocido el poder de Dios, el poder con el que ha vencido al pecado y a la muerte. Dios es todopoderoso porque ama en toda circunstancia. Dios nos revela en la cruz que el mayor poder en este mundo es el amor. No sólo nos lo muestra sino que nos lo entrega, nos hace partícipes de este amor.
Por eso hoy, para contemplar la Cruz y adorarla, necesitamos los ojos de María.
La mirada de María: escuela de amor
¿Cómo miraba María a Jesús al pie de la Cruz? María contempla el rostro de su Hijo, no puede dejar de mirarlo. Ella no sólo contempla, también recibe. Recibe el amor sin medida con el que su Hijo ha entregado libremente su vida por nosotros. Sólo Ella tiene capacidad para acoger este amor con el que Dios ha amado al mundo. Por eso Jesús, mirando a María en medio del dolor, encuentra consuelo. Encuentra descanso. Su Madre recibe al pie de la Cruz el Espíritu que ha consumado la obra del Padre en el Hijo.
Permanezcamos hoy al pie de la Cruz y pidamos al Padre que nos conceda la mirada de María, la capacidad de guardar en el corazón el mayor misterio de amor y recibámoslo para entregarlo al mundo.