El drama de la cultura del descarte

Los medios de comunicación, la realidad social que nos toca vivir, o las experiencias laborales con las que nos topamos, nos han ido demostrando, con tozudez, cómo desgraciadamente el mundo de la empresa está esclavizada por una variedad de exigencias que han ido reestructurando la configuración de las organizaciones desplazando ciertos perfiles de trabajadores que parecen no encajar con los nuevos desafíos. 

Lamentablemente esta esclavitud, inconsciente y muchas veces ignorante, ha estado inserta también dentro de las estructuras eclesiales en toda su dimensión, quizás no desde la conciencia del valor del ser humano y de la defensa del mismo, sino desde la inconsciencia de que esa defensa lleva implícita también un reconocimiento y protección de los derechos laborales. No es así infrecuente encontrarse a trabajadores contratados por seglares, pero también por consagrados en general, cobrando a final de mes en sobres de dinero no declarados (sobre en negro) y trabajadores sin dar de alta en la Seguridad Social, o trabajadoras con jornadas y horarios imposibles, otros excediendo el máximo de jornada permitido en nuestro país… etc. Desgraciadamente esto sigue estando a la orden del día, aunque ciertamente, menos que hace unos años. 

El Papa Francisco no se ha cansado de denunciar durante sus años de Pontificado la que ha llamado “cultura del descarte”, que es en el fondo, como lo explica él, “una cultura de la exclusión a todo aquel que no esté en capacidad de producir según los términos que el liberalismo económico exagerado ha instaurado”.  

Esta cultura del descarte se aplicaría a todo aquel que resulte una carga para la sociedad: ancianos, enfermos, discapacitados, etcétera. No solo aquí, sino que esta cultura ha salpicado también a ciertos sectores de la sociedad que tienen dificultades serias para insertarse en el mundo laboral: jóvenes, mayores de 50 años, personas con baja formación. Esta cultura generalizada, sobre todo en momentos de crisis como en el que volvemos a estar, implica también la falta de reconocimiento y el cumplimiento de las leyes laborales que rigen los países. Son pues parte de esta cultura del descarte todos aquellos trabajadores que están trabajando en situación irregular. 

Nos recuerda en otros discursos este mismo Papa que para el Señor “no es ayuno no comer carne” y después “pelear y explotar a los obreros”. No quiere que olvidemos que es “pecado gravísimo usar a Dios para cubrir la injusticia”. Se puede tener tanta fe, prosiguió diciendo el Papa: pero, como dice el Apóstol Santiago, si “no haces obras está muerta, para qué sirve”. De este modo, a quien va a Misa todos los domingos y toma la comunión, se le puede preguntar: “¿Y cómo es tu relación con tus empleados? ¿les pagas en negro? ¿les pagas el salario justo? ¿depositas las contribuciones para la jubilación y para el seguro sanitario? ¿te aseguras de que las empresas que tienes contratadas así lo hagan

La ignorancia, la falta de conocimientos en un determinado campo laboral, o simplemente el “así se ha hecho toda la vida” no puede ser óbice para encubrir, justificar o seguir realizando acciones contrarias a la Doctrina Social de la Iglesia y a los derechos fundamentales del ser humano. Una vez más este Papa nos ayuda, con claridad y contundencia, a abrir los ojos y responder con esperanza ante todas estas injusticias. 

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