Llevamos unos meses viviendo historias, situaciones, separaciones, encuentros, cambios, pérdidas que han supuesto una oportunidad grandiosa para contemplar y redescubrir. Hemos tocado un renacer de la conciencia y, en “tiempos recios”, como decía Teresa de Ávila, se nos han presentado ocasiones para recuperar nuestras dimensiones perdidas. 

Uno de los cambios más drásticos se ha producido con respecto a la compleja despedida de las personas que han fallecido y que, irremediablemente, tendrán su efecto en el duelo sufrido por los miembros que habéis compartido vida con esa persona. En muchos casos, no se ha sufrido una vez, sino varias y de forma continua lo que acreciente el dolor y la impotencia, la tristeza y la amargura. 

Desde niños nos han habituado a rendir una despedida adecuada y honrar el recuerdo de las personas que amamos. El COVID-19 ha trastocado este hábito para despedirnos sin besos, sin abrazos, sin la compañía de otras personas significativas para nosotros. Tampoco hemos podido celebrar de forma normal los funerales y otros rituales de despedidas. No hemos podido darles nuestro último adiós como acostumbrábamos. 

Perder a alguien, es una experiencia que necesita ser compartida, acompañada, sostenida por abrazos, miradas compasivas, palabras de cariño, respetuosos silencios, … Todo esto hace que no nos sintamos solos ante el dolor. 

El apoyo emocional recibido en estos primeros momentos es crucial, pero no es menos cierto que la persona en duelo es un equilibrista emocional en el que jugará un papel clave la personalidad de cada uno. Este andar por el alambre de nuestras emociones, donde un día parece que nos vamos a caer, y el otro que pisamos firmemente, debe llevarnos a cuidar cuatro dimensiones importantes en todo doliente:  

Dimensión física. Nuestro cuerpo es hogar donde cabe todo lo demás: nuestras emociones, sentimientos, pensamientos… Cuando no se cuida el cuerpo, todo lo demás falla: come adecuadamente, haz ejercicio, duerme, aprende a escuchar a tu cuerpo… 

Dimensión emocional. Aquí incluimos el conjunto de sentimientos que produce la pérdida, a las que se añaden las derivadas por el aislamiento en estos tiempos de pandemia. Es probable que surjan en ti sensaciones de rabia, impotencia, tristeza, culpabilidad, miedo…Puede ayudarte que compartas esas sensaciones con quien tengas confianza. Guardarnos las cosas es respetable, pero debemos de intentar que no nos lleve al aislamiento y quizás no es lo más adecuado en esta situación. No dudes en pedir ayuda si es necesario.  

Dimensión intelectual. Se ve afectada cuando estamos en una situación de duelo. No podemos pensar con mente fresca, estamos más espesos. No nos debemos exigir demasiado porque nuestras capacidades están mermadas. Intenta evitar todo lo que es nocivo para tu mente: pensamientos negativos que te arrastran y hunden, imágenes grabadas en tu mente que te causan un insoportable dolor e impotencia… Intentar centrarse en pensamientos bonitos de las personas que han fallecido también nos puede ayudar. Agradecer sus vidas muy vividas, lo que han hecho, lo que han compartido, lo que nos han dejado como legado… 

Es un momento para no tomar decisiones importantes (“En tiempos de crisis no hacer mudanza”). Espera una mejor ocasión, que el tiempo pase y podamos bajar del alambre de la incertidumbre emocional. 

Dimensión espiritual. Esta dimensión también sufre este dolor. Algunos religiosos nos compartían en estos días: “uno duda, hasta de Dios, cuando pasa algo así”, “no sé ni rezar, he perdido hasta todas las fuerzas”… Es lícito porque no encontramos respuestas a determinadas preguntas. Hay experiencias que nos llevan fuera de nuestro mundo cotidiano y nos invitan a mirar a la trascendencia. Indudablemente la muerte es una de esas experiencias, pero puede dejarnos sin ánimos, con tristeza que parece perenne, sin ilusión por nada y viendo nuestra propia muerte muy de cerca. 

La dimensión espiritual hay que cuidarla, pero sobre todo es un recurso en estas situaciones. Qué importante es cuidar esta dimensión desde el silencio, desde el ser conscientes de que Dios nos lleva de su mano, aunque no la sintamos. Es el momento de la confianza en la desconfianza, del orar expresando lo que sentimos, dice Andrés Torres Queiruga al respecto “si queremos expresar nuestra indigencia, expresémosla. Si queremos manifestar nuestra compasión y nuestra preocupación…, manifestémosla. Si queremos reconocer nuestra necesidad de Dios y de su amparo, reconozcámosla. Si necesitamos quejarnos de la dureza de la vida, quejémonos. Llamemos a las cosas y a los sentimientos por su nombre. Alguien lo dijo magníficamente en un grupo de reflexión sobre esto: ante Dios estamos acostumbrados a quejarnos pidiendo, tenemos que aprender a quejarnos quejándonos. Exacto. Obsérvese que en todo lo anterior no interviene el verbo pedir” 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Suscríbete a nuestro boletín

Por favor, activa JavaScript en tu navegador para completar este formulario.
Nombre