El Rey de la paz ha sido glorificado

Por un eremita camaldulense

Él es nuestra paz.

 (Ef 2,14)

Ante tu imagen, amadísimo Jesús recién nacido, en la noche de tu nacimiento, estas palabras de la Escritura Santa, tienen una resonancia especial, y más aún en esta Navidad en que la Iglesia nos invita a poner el acento en esta realidad de la paz, y a pedir este don y ofrecer nuestra aportación para que esa Paz, que eres Tú, llegue a todos los corazones.

En el pesebre, Tú nos muestras la esencia de la paz, iluminando la oscuridad del establo en que naciste, y, todavía más, la oscuridad de nuestro mundo ahogado en las tinieblas de la falta de fe, de la ausencia de Dios. Tú eres la Paz; tú eres nuestra Paz.

Pero para poder descubrir y vivir esta realidad esencial para el ser humano, es necesaria la mirada de Fe de san José: sin su heroica fe, a san José le habría sido imposible acoger tu nacimiento virginal, y recibir, en ti y de ti, la verdadera paz que llenó su existencia poniéndola por completo a tu servicio fiel y desinteresado.

Para poder vivir la realidad de que Tú eres nuestra Paz plena y definitIva, resulta necesaria la mirada contemplativa de tu madre, María, que conservaba y meditaba en su corazón los acontecimientos que fueron jalonando su vida desde que aceptó el plan de Dios al anunciárselo el Ángel. Ella comprendió que Dios es más grande que todos nuestros cálculos y previsiones, y así pudo vivir y compartir tu Vida y tu redención salvadora, desde la noche santa de Belén.

Para poder recibir el don de tu Paz, Jesús, que vienes a compartir y redimir nuestra ignorancia y nuestra indigencia, es necesario el corazón sencillo de los pastores que fueron testigos excepcionales de tu venida a este mundo, porque confiaron en el mensaje del cielo transmitido por los ángeles. ¡Ojalá que ese encuentro contigo ante el pesebre no se quedara sólo en esa noche de gracia, sino que fuera luz y norte para sus vidas desde aquella hora!

Para poder conocerte a Ti, Rey de la Paz, resulta necesaria la constancia, confianza y tenacidad de los Magos, que vieron tu estrella y no se rindieron hasta poder postrarse ante ti, entronizado en el regazo de tu Madre, y tuvieron la dicha de reconocer tu grandeza con la ofrenda de sus mejores dones.

Tú eres la Paz, Jesús, y nos lo muestras de modo luminoso desde el instante mismo de tu nacimiento en la noche de Navidad. Más tarde nos lo explicarás mejor, para hacérnoslo más fácil de entender desde nuestros cortos entendimientos:

Paz a vosotros 

Lc 24,36

Os dejo la paz, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo

Jn 14,27

¿Cuál es esa paz tuya, Jesús? La que nos muestra luminosa tu imagen en el Pesebre de Belén: Dios se reduce hasta el extremo en un niño recién nacido que ha descendido del seno gozoso y sublime de la Trinidad para hacernos saber que Dios es Amor, y para hacernos gozar y compartir ese Amor del Dios Trinidad, desde nuestra humanidad redimida, abriéndonos el camino de la misma Vida de Dios, ¡haciéndonos Hijos de Dios!

Cuando el Padre quiso darnos la gracia de existir, y lo hizo por medio de ti, que eres su Palabra que nos redime y nos salva, nos plasmó a su imagen: a imagen de Dios Amor. Nacemos y vivimos para acoger, vivir y difundir tu amor infinito. Y para eso recibimos un corazón capaz de establecer y vivir una relación de Amor contigo.

Nos hiciste, como supo decir san Agustín, «capaces de Dios«: por eso eres tú nuestra Paz, Jesús: porque eres el único que puedes calmar y colmar nuestro corazón sediento de Amor, sediento de Dios, sediento de Ti. Y en Belén nos muestras, plasmada en nuestra realidad humana y pobre, la realidad infinita y divina del Amor que el Padre nos tiene: el total desinterés y olvido de sí que nos muestras al nacer en la mayor pobreza, en el total anonimato, en la más orillada de las periferias del mundo y de la vida.

Materialmente, tu despojo fue total: “nada, nada”, que diría san Juan de la Cruz. Pero en esa nada material resplandece en esta noche santa la plenitud de tu Verdad: el amor gratuito que se nos da, en la confianza del niño inerme que se nos entrega, en la inocencia que se confía a nosotros … en el Amor, fiel e incondicional del Padre, que es nuestra verdadera, indestructible e indefectible Paz.

Tú eres nuestra paz, Jesús. Gracias por volvérnoslo a decir en esta Navidad, concédenos creerlo de verdad y abrir nuestras vidas a tu Amor, a la fuerza salvadora de tu PAZ.

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