Supongo que habréis leído o escuchado en diversas ocasiones que pensar sobre el pasado o preocuparse por el futuro nos priva del presente, y nunca habrá otro ahora, por ello lo que podemos o deberíamos hacer es sacarle el máximo provecho a cada momento que vivimos.
Es una reflexión frecuente entre escritores, filósofos, médicos…
El poeta italiano Dante Alighieri decía “Piensa que este día no volverá a amanecer jamás”; el filósofo francés Michel Montaigne compartía “Mi vida ha estado llena de terribles desgracias… la mayoría de las cuales nunca ocurrieron”; la psiquiatra española Marian Rojas define la felicidad “como la capacidad de vivir instalado de manera sana en el presente, habiendo superado las heridas del pasado y mirando con ilusión el futuro”, y añade “el 90 por 100 de las cosas que nos preocupan nunca jamás suceden, pero el cuerpo y la mente las viven como reales”.
Aprender a vivir el momento presente es un gran reto. Parece fácil, sólo tenemos que centrarnos en el presente, ser conscientes de cada momento, en lugar de centrarnos en lo que ya pasó y estar lamentándonos constantemente en lo que tal vez llegará (o no) y vivir abrumados por las preocupaciones, la ansiedad y el estrés.
¿Eso quiere decir que no debemos recordar el pasado?
No. Está demostrado científicamente que traer a la mente experiencias positivas del pasado resulta un antídoto potente contra la depresión y otros estados alterados del ánimo. También, recordar todo lo bueno que han hecho los demás por nosotros, como por ejemplo el trabajo tan extraordinario que han desempeñado auxiliares, enfermeras, personal de cocina y de limpieza… en nuestras enfermerías, casas y residencias durante la pandemia, nos ayuda a vivir agradecidos en el hoy y nos ayuda a ser mejores personas; asimismo, extraer los aprendizajes del pasado, tanto de los aciertos como de los errores, nos ayuda a crecer.
Pero lo que no deberíamos hacer es quedarnos enganchados en la tristeza o en la nostalgia de que los tiempos pasados fueron mejores, cuando teníamos tantas vocaciones y nosotros éramos capaces de enfrentar cualquier desafío, o quedarnos enganchados en la culpa por no haber actuado correctamente o no haber cubierto con las expectativas que los demás tenían de mí. Tampoco debemos retornar constantemente a eventos traumáticos donde volvemos a revivir inútilmente un sufrimiento desgarrador, ni recordar las ofensas que nos han hecho acrecentando nuestro rencor y resentimiento.
El pasado aporta una valiosa fuente de información, pero no puede predestinar el futuro ni debería condicionar negativamente el presente. Cuando permanecemos anclados en el pasado favorecemos que en nosotros abunden emociones o sensaciones como la melancolía, la frustración, la culpa, la tristeza o el resentimiento, incluso en muchos casos abrimos la puerta a la depresión.
En definitiva, estancarse en el pasado nos incapacita para disfrutar del presente y de alguna manera para avanzar en la vida. Si queremos ser felices debemos aprender a apreciar lo que tenemos, y lo que tenemos está aquí y ahora.
Aprender a vivir el momento presente ¿significa que no se deba planificar el futuro?
¡En absoluto!, antes de emprender cualquier acción es vital planificarla adecuadamente. De hecho, en la vida religiosa “pecamos” a veces de no planificar determinadas realidades que vamos a tener que afrontar con seguridad y antes de lo que pensamos, como por ejemplo ha sucedido en algunas congregaciones con la falta de previsión y organización adecuada del cuidado de nuestros hermanos o hermanas mayores.
No, no significa no planificar, significa tan sólo que no debemos planificar una cosa mientras estamos haciendo otra, que debemos focalizar nuestra atención en la actividad que estamos realizando en cada momento. Cuando nos toque planificar, debemos hacerlo dedicándole la atención y el tiempo que sea necesario, recordando que nuestras decisiones de hoy preparan el camino al que vamos a llegar mañana.
Cuando hablemos con un hermano o le llevemos al médico, prestémosle toda nuestra atención, olvidémonos de la lista de temas pendientes que todavía tengo que abordar; cuando trabajemos, concentrémonos en lo que hacemos; cuando oremos, pidamos la gracia de permanecer en la presencia del Señor… Vivir así ayuda no sólo a reducir significativamente los sentimientos de ansiedad y los miedos, sino que la efectividad del trabajo aumenta, las relaciones personales mejoran y en general nuestra vida sale enriquecida.
Sí, todos experimentamos la enorme dificultad de detener los pensamientos que nos distraen del hoy, ni qué decir de contener “a la loca de la casa”, pero conviene aprender a fluir con las circunstancias que nos van sobreviniendo y esforzarnos en vivir la mayor parte del tiempo posible en el momento presente, los beneficios son enormes.
De hecho, sólo viviendo en el momento actual podremos crear o ser partícipes del futuro que deseamos. La actitud y los pensamientos que elegimos en cada momento determinan en buena medida nuestras emociones y acciones, y ellas, a su vez, condicionan donde estaremos en el momento siguiente.
Cuando le preguntaron a Jesús cómo se debe orar, Él recitó el Padre Nuestro, donde decimos “DANOS HOY NUESTRO PAN DE CADA DÍA”. No sé si esta reflexión mía es acertada, pero no se pide el pan de mañana, ni el de la semana siguiente ni el del año próximo, sino tan sólo el de hoy. Creo que se nos hace una invitación a “no pre-ocuparnos”, sino a “ocuparnos con lo que toca en el momento presente y a confiar en Él”.
¿Y si el momento presente no nos gusta o va acompañado de mucho sufrimiento?
Una de las formas en las que quienes han sufrido grandes tragedias en sus vidas logran salir adelante, es tomándose la vida día a día. Hay pérdidas y sufrimientos que conllevan un duelo, un proceso, un dejarse abrazar y sostener; pero cuando estemos preparados, como decíamos la semana anterior, busquemos todo lo positivo y lo que está en mi mano para mejorar la situación, y en lo que no veamos, no lleguemos o necesitemos, pidamos ayuda.
Para los que hemos recibido ya el don de la Fe, nos hace un gran bien dejarnos amar por Dios y abandonarnos en Sus Manos. Y eso sí que nos resulta difícil.
Os propongo un ejercicio, preguntaros ¿en qué momento vivo yo habitualmente? En el pasado, en el futuro, en otros tiempos y en otros lugares, o aquí y ahora. ¿Dónde viven los hermanos o hermanas de mi comunidad?, ¿qué puedo hacer para vivir el momento presente o acompañar a los demás para que aprendan a disfrutar más y mejor del hoy?
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