A veces podemos pensar que nuestro testimonio de vida pasa desapercibido o queda infecundo, pero no nos olvidemos que veamos los frutos o no los veamos, es camino seguro la perseverancia en la oración.
Por María Eugenia Aguado
Directora del Instituto Humanitate
Os comparto el testimonio de una amiga que creo que merece la pena meditarlo en nuestro corazón.
“Mi suegro, Manolo, fue un gran hombre que siempre se vio pequeño. Padre de seis hijos y un médico remarcable por su ojo clínico y dedicación, aun no siendo muy hábil en las relaciones sociales, destilaba ternura y una inmensa bondad.
Desde muy pequeño su abuela paterna, mujer de carácter fuerte y por voluntad propia, se lo llevó a vivir con ella y con su hijo sacerdote, separándolo de sus padres y de sus hermanos. Esta circunstancia le marcó un poco, pues comentaba con frecuencia cuánto le hubiera gustado crecer en su casa, disfrutar del cariño de su madre, convivir con sus hermanos… No obstante, y a pesar de todas las privaciones que tuvo, aprendió a rezar de a de veras, y a dedicar sus muchas horas a la oración y a cuidar la relación con Dios.
Pasase lo que pasase y durante toda su vida, era primordial la comunión diaria y la confesión frecuente, y cada noche después de sus lecturas y meditaciones rezaba por cada uno de sus hijos y sus 23 nietos, y después también por sus bisnietos, nombrándolos uno a uno. Sus hijos se lo encontraban siempre a altas horas de la madrugada rezando, cuando ellos volvían de parranda (evitaban hacer ruido para que su padre no los llamase al salón, pues a esa hora también le encantaba charlar). Los vecinos de las casas de al lado del lugar donde veraneaban lo llamaban “el incunable”, pues nunca se acostaba hasta terminar sus rezos y después, si se terciaba, buscaba entre los vecinos con quien hablar…. Durante la pandemia sufrió el no poder ir a la misa diaria, pero nunca, ni un solo día, abandonó su oración.
Falleció pasados los 99 años, después de una semana de agonizar en el hospital. A él le gustaba mucho estar acompañado, y su habitación estuvo en todo momento llena de sus más allegados, su mujer, sus hijos y sus nietos. Su funeral fue precioso, los hijos lo vivieron con mucha paz, pero llamaba la atención la pena por la pérdida que se reflejaba en el rostro de sus nietos. De hecho al final de la misa leyeron una carta, preparada por ellos, recordando y agradeciendo su vida y en especial su testimonio de hombre de oración incesante”.
Y después de este resumen, contado a fuego lento, a medida que iba compartiendo sus pensamientos sobre quien fue su suegro, me revela un favor recibido por su intercesión, que casi con seguridad, será el primero de muchos.
“Tú ya sabes que uno de mis hijos se había separado un poco de la Iglesia, llevaba más de cuatro años casi sin ir a misa y sin rezar apenas. Cuando le invitábamos a volver al camino de una fe vivida, él decía que era creyente, pero a su manera, según decía no necesitaba más. Pues bien, al día siguiente del funeral de mi suegro, me cuenta mi hijo: «Mamá, no sé qué me sucedió en el funeral del abuelo, pero yo me sentí interpelado por una voz interior que me decía: “Regresa hijo. Ya te estás tardando”. Ha sido algo que va más allá de lo razonable, yo lo experimenté, y quiero que sepas que lo tengo claro, voy a volver a la Iglesia, a cuidar mi relación con Dios, y ya para siempre con Su ayuda.»
Amiga, no sabes cómo lo celebramos en casa, le rodeamos abrazándolo y nos movíamos a su alrededor pegando saltos, exultantes de alegría. Yo sabía que este regalo nos llegaba de mi suegro, y cuando nos calmamos un poco llamé inmediatamente a mi suegra.
La conversación que mantuvimos fue también sorprendente: «Pepi, tengo que contarte algo maravilloso, tengo que hablarte de un regalo que hemos recibido por intercesión del abuelo.» Mi suegra me contestó diciendo únicamente el nombre de mi hijo. «Pero… -le dije sorprendida- ¿Cómo lo has sabido? Nosotros nos acabamos de enterar y no se lo ha dicho a nadie más.»
«Hija -me contesta-, lo vi en su cara ayer en el funeral. No sabía exactamente qué le había pasado, pero estaba distinto. Lo noté en su sonrisa. Supe que algo extraordinario le había ocurrido.»
Orar
¡Menudo regalazo, verdad? Y es que a veces podemos pensar que nuestro testimonio de vida pasa desapercibido o queda infecundo, pero no nos olvidemos que veamos los frutos o no los veamos, es camino seguro la perseverancia en la oración.
“Oren sin cesar”
1 Tesalonicenses 5:17
Pidamos este don de la perseverancia en la oración, en los sacramentos, en la fe, la esperanza y la caridad. Estemos “jubilados” o no, nuestra misión perdura hasta el final de nuestros días. Pidamos al Señor la gracia de permanecer unidos a Él, pues Él todo lo transforma. Nuestra vida, nuestra oración y también nuestro sufrimiento se pueden convertir en testigos elocuentes de su misericordia para con todos.
«Yo soy la vid, ustedes los sarmientos El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer.«
Juan 15, 5
«Estén prevenidos y oren incesantemente.«
Lucas 21,36
«Perseveren en la oración, velando siempre en ella con acción de gracias».
Colosenses 4,2