Jubilarse de una tarea externa no hace perder ni mucho menos la misión que nos convocó a una vida consagrada, todo lo contrario, nos devuelve a la llama en la que todo nace: la comunidad de vida, la vida en comunidad.
El Instituto Humanitate ha querido recoger en la formación del próximo miércoles 25 de septiembre a las 18:00, una pregunta que seguro os habéis planteado muchos/as de vosotros/as cuando finaliza la actividad misionera hacia fuera: ¿Y ahora qué?
Compartiendo con mi amigo y ponente de esta acción formativa, Fernando Domínguez, me hacía la siguiente reflexión:
Tal vez la mejor misión que tenemos hoy los consagrados y consagradas no sea otra que mantener viva la pregunta sobre Dios en nuestra generación y eso no está vinculado a una labor concreta dentro de una institución, -bien sea un colegio, un dispensario o una residencia de mayores- sino a la vida en general. Hemos de ser auténticas escuelas de espiritualidad para el mundo, empezando por nuestras propias comunidades.
A medida que el mundo se sacie de materialismo -y ya lo está haciendo- solicitará ayuda y ofertas de espiritualidad, y ahí tenemos que estar todos nosotros siendo propuestas sólidas y coherentes de espiritualidad. El sueño compartido de la vida consagrada es ser oferta desmedida de espiritualidad para el mundo y demanda de hambre y sed de Dios que puede ser saciada. Esto significa apostar por el Pan y la Palabra como vida y centro de nuestras comunidades.
Necesitamos restaurar la comunidad. La comunidad como escuela de encuentro, de relación, de comunión, de reconciliación, de hospitalidad y acogida (también y sobre todo, de acogida de las propias hermanas). Las comunidades son misión en sí mismas, deben ser misión en sí mismas, pues lo que no se vive dentro de ellas no puede expresarse fuera de ellas. La comunidad religiosa necesita un proceso consensuado de restauración para que sea lo que está llamada a ser: lugar de encuentro, acogida y perdón.
Jubilarse de una tarea externa no hace perder ni mucho menos la misión que nos convocó a una vida consagrada. Todo lo contrario, nos devuelve a la llama en la que todo nace: la comunidad de vida, la vida en comunidad.
A raíz de estos profundos pensamientos de Fernando, que recibí como un regalo, me acordé de un proyecto de sostenibilidad vocacional que trabajé con una congregación franciscana muy querida y, se me ocurre proponeros una actividad de reflexión personal y otra de reflexión comunitaria que tal vez os pueda ayudar en estos momentos.
Preguntas para la reflexión individual
- Hoy, ahora, ¿cómo vivo mi vocación a nivel personal? ¿Qué queda del primer amor?
- Cuando dejo de estar en la vida activa, ¿cómo me preparo para asumir el estar a la sombra o cambiar de roles? ¿Qué siento? ¿Qué necesito?
- ¿En qué concreto mi compromiso por renovar mi vocación? ¿Qué disponibilidad de vida tengo?
- ¿Cómo puedo vivir la debilidad como un momento de gracia? ¿Cómo la convierto en una oportunidad?
- ¿Cómo vivo mi vocación a la vida comunitaria? ¿qué espero y anhelo? ¿Qué aporto yo? ¿Qué me motiva y me mueve especialmente? ¿Qué me desgasta o satura? ¿Qué apoyos y estímulos necesito?
- ¿Qué herramientas nos facilita la propia Congregación para alcanzar una vida fraterna en comunión y en misión activa hacia dentro?
- ¿Cómo ser testigos del Reino en medio de la realidad que nos toca vivir? ¿Qué posibilidades encuentro en mi vida, en la comunidad y en la Congregación?
Actividad para la reflexión comunitaria
Partiendo de los ejes esenciales de la identidad que nos une, y de la toma de conciencia de cómo está siendo nuestra vida comunitaria, os propongo la actividad del semáforo.
En una asamblea comunitaria preparamos tres cartulinas. En una escribimos con rotulador verde, en otra con rotulador amarillo o naranja y en otra en rojo.
En la cartulina de VERDE, vamos a escribir aquellas actitudes, conversaciones, pensamientos, decisiones, formaciones, medios, actividades, apoyos… que nos llevan a ser una comunidad de vida. Aquí también podemos incluir las fortalezas que queremos transformar en acción, y las oportunidades que debemos aprovechar y transformar en acción.
En la cartulina de AMARILLO, vamos a escribir aquellas actitudes, conversaciones, etc. a las que tenemos que prestar atención y poner cuidado para que sumen y no resten.
En la cartulina de ROJO, vamos a escribir todas aquellas que ponen en peligro el encuentro, la acogida, la mirada compasiva… y que por tanto tenemos que reducir o incluso eliminar. Aquí podemos incluir las amenazas o debilidades que nos dividen, que nos afectan negativamente en la vida comunitaria.
Después priorizamos aquellas que están en nuestras manos y las ponemos bien visibles en la sala comunitaria para que nos ayude a tenerlas presentes.