El sufrimiento humano, lejos de ser solo un enigma, tiene un profundo poder transformador. Desde la fe cristiana, encontramos respuestas que iluminan su sentido y lo convierten en esperanza.
José Ramón López
Dirección de Operativa de Fundación Summa Humanitate
Algunos de los lectores que me conocéis bien, sabéis que una de mis grandes inquietudes tiene que ver con el estudio y la reflexión sobre el dolor y la enfermedad, no desde un punto de vista médico, sino filosófico-teológico, el sentido que ésta tiene en nuestras vidas y el poder transformador que puede producir de nuestras estructuras vitales. Sin duda, es una reflexión mucho más compleja de exponer como para poder hacerlo en un mero artículo, ya que parte de una de las grandes preguntas de la humanidad y que desde la llegada del cristianismo no nos hemos dejado de hacer: ¿Cómo compaginar un Dios misericordioso y sabio, omnipotente, con la existencia del dolor, la violencia, la muerte o el sufrimiento de los inocentes? ¿Cómo pueden ser que estos hechos mundanos que generan dolor puedan tener valor transformador y regenerador de nuestras vidas?
El teólogo católico gallego Andrés Torres-Queiruga ha escrito que, si Dios es tal como lo describe la teología tradicional, habría que denunciarlo al Tribunal de la Haya. Desde luego, a la luz de lo que Queiruga escribe, parece increíble que la teología no tome nota de la seriedad del problema, comprendiendo que la dificultad es real y que, sin resolverla a fondo, la fe resulta ahora culturalmente imposible. Porque, como dice Queiruga: “Mientras permanezca el prejuicio de que Dios podría si quisiera acabar con todo el mal del mundo, nadie puede creer en su bondad sin verse obligado a negar su poder.”
Reflexiones teológicas clave
Por eso asombra, insiste Queiruga, que la teología, en lugar de aplicarse con todo rigor a deshacer el equívoco, siga manteniéndolo, aunque sea de modo indirecto e inadvertidamente encriptado en muchos razonamientos acerca del problema del mal. No sucede solo en el imaginario general, sino también en los tratados teológicos. Hasta el punto de que grandes teólogos pueden continuar hablando de “pedirle cuentas” a Dios por el sufrimiento de los niños inocentes o diciendo que “no saldría absuelto en un tribunal humano.” Todo ello lleva a su acento más dramático o radical en el dilema de Epicuro: “Si Dios puede y no quiere, no es bueno; si quiere y no puede, no es omnipotente…”
Quizás, para madurar en este avance teológico, tenemos que empezar a pensar que un mundo sin mal no es posible, incluso puede ser una visión infantiloide que nos lleva a dramas filosóficos e incluso a tambaleos en la fe. Un avance en la reflexión nos lleva a preguntarnos por qué, sabiendo que el mundo tiene que ser finito y, por tanto, expuesto al mal, Dios lo crea. Es una pregunta que nos acerca más a las respuestas que podemos dar desde el cristianismo y que además son comprensibles para los que no creen. El mal constituye un problema común y que une a toda la humanidad.

Respuestas desde la fe
¿Qué respuesta podemos dar los cristianos al problema del mal y del sufrimiento? Seré concreto, a la luz de Teilhard y de otros teólogos posteriores que han profundizado en ello, diremos que tres tipos de respuesta:
1º. La primera respuesta es el Amor de Dios. Depositar la confianza en el amor de Dios. Es un acto de fe. La fe es gratuita y un misterio (unos la tienen otros no la tienen) pero se basa en principios que también son humanos. Por ejemplo, unos padres pueden estar sentados a los pies de la cama de un hospital mirando para su hijo gravemente enfermo. Esto no demuestra su pasividad, sino que están a la espera de que los médicos hayan acertado con el tratamiento adecuado. Han depositado su confianza en ellos, sabiendo que las cosas pueden salir mal. No por ello dejarán de creer en los médicos y es indudable que el amor de esos padres es infinito hacia su hijo, incluso dando su vida por él, si eso fuese la solución a su problema.
2º. La segunda respuesta -ligada a la primera- es que Dios, creando por amor, sabía que sus creaturas estarían expuestas a la mordedura del mal inevitable. Pero las creó porque en su sabiduría infinita sabe que, a pesar del mal, la existencia valía la pena; en su amor incondicional está dispuesto a volcarse en ayudar (la Biblia bien leída no dice otra cosa); y en su omnipotencia resucitadora es capaz de liberarnos definitiva y plenamente del mal en la comunión última, cuando, libres de las condiciones físicas de la finitud, Él “será todo en todos”. Entonces resulta posible ese misterio real, pues gracias a Jesús creemos que, más allá de la muerte, Dios acoge nuestra “infinitud en hueco y aspiración”, amparándola ya para siempre jamás en el océano infinito de su amor.
3º. La tercera respuesta, unida a las dos anteriores, es que Dios nos creó libres. Para que el amor sea verdadero debe nacer desde una situación de libertad. Dios nos creó libremente porque podría no haberlo hecho. Por más que suene extraño, para poder amar a alguien, debes tener la opción de no amarlo y Dios nos creó inculcando esa libertad en nosotros desde el origen. La libertad, pues, forma parte de nuestro ADN como cristianos. Podemos creer o no, podemos seguirlo a El o no, poder renunciar a seguirlo o podemos continuar hasta el final… Somos libres y no estamos condicionados por El en este seguimiento.
4º. Pablo de Tarso supo comprender y resumir mejor todo esto, cuando con máxima hondura escribe a los Romanos: “Porque estoy seguro de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los principados, ni el presente ni el porvenir, ni las potestades, ni la altura ni el abismo, ni cualquier otra criatura nos podrán alejar del amor que Dios nos tiene en Cristo Jesús, nuestro Señor” ( Rm 8,37-39).
Todas estas reflexiones, pasadas y presentes, han llevado a innumerables autores, antiguos y modernos, a pensar y dar respuesta sobre este fenómeno. Uno de estos libros definitivos cae en mis manos a principios de 2005 y abre mis ojos al valor transformador del sufrimiento, la muerte y el mal. Es más, al valor no culpable de atribuir a Dios este dolor y sufrimiento. El «fenómeno Humano» (El fenómeno humano, Teilhard de Chardin, Pierre; Editorial: Taurus, 1966) es una obra consagrada a la génesis de la raza humana a partir de sus más antiguos orígenes cósmicos. Se limita a ver, a comprobar los fenómenos sensibles, a reconocer su ordenación, sus leyes, el sentido y finalidad de su desarrollo y de todo lo que nos ocurre. Es desde aquí desde donde atisbo que el sufrimiento también puede ser transformado y puede ser transformador de vidas. ¿Qué causa en mi el sufrimiento personal? ¿Qué genera en mi interior ver sufrir a alguien que quiero? ¿A qué me moviliza ver el sufrimiento de mis semejantes? ¿Soy diferente -cambia algo en mí- cuando soy empático al dolor propio y de los otros?
Dios nos acerca al centro de su corazón
Estas preguntas tienen que hacernos detectar que, en el fondo de nuestras propias estructuras, cuando nos movemos en un plano sensitivo, empático, comprensivo, amoroso, algo se altera, no quedamos como estábamos previo al sufrimiento. Dios nos acerca, mediante un movimiento imperceptible, al punto central de su corazón, nos atrae hacia El y con El todo adquiere una dimensión diferente, quizás más comprensiva, más realista, más divina. Como nos dice el Papa Francisco en su carta Encíclica Dilexit Nos, sobre el amor humano y divino del corazón de Jesucristo, en el punto 138: “Este es mi único tesoro […] si deseas sentir alegría o atractivo por el sufrimiento, es tu propio consuelo lo que buscas […]. Comprende que, para amar a Jesús, para ser su víctima de amor, cuanto más débil se es, sin deseos ni virtudes, más cerca se está de las operaciones de ese Amor consumidor y transformante. O como decía el Papa en Laudato Si en el nº 205, “de algún modo, quiso limitarse a sí mismo” y “muchas cosas que nosotros consideramos males, peligros o fuentes de sufrimiento, en realidad son parte de los dolores de parto que nos estimulan a colaborar con el Creador”.
En el amor compasivo y misericordioso de un Dios que siempre será omnipotente, damos respuesta a todas nuestras crisis, planteamientos, preguntas a las que aparentemente no sabemos dar respuesta.
2 comentarios
Me parece excelente la reflexión. Es un tema a tener en cuenta siempre conscientes de que Dios actúa
Muchas gracias por su comentario.