– Tengo miedo hija, cógeme de la mano.
Le miro profundamente, diciéndole con los ojos que lo comprendo, le agarro la mano y, en silencio, le animo a que siga hablando.
– Tengo miedo de lo que pueda pasar a partir de ahora, de los dolores que me esperan.
Silencio de escasos segundos, donde seguimos mirándonos con lágrimas en los ojos.
– Hija, a la vez tengo cierta paz, sé que estoy en manos de Dios. Por favor, que me traigan la Comunión todos los días.
Os comparto un pedazo de la conversación que tuve con mi padre el otro día en la Unidad de Cuidados Paliativos donde le ingresaron.
Estamos todos familiarizados con la muerte, sobre todo en las residencias, comunidades de hermanas/os mayores o enfermerías. Hay distintos “finales de la vida”, casi tantos como personas. Algunos son conscientes, otros no; algunos están acompañados, otros no; algunos tienen muchos dolores, otros menos; algunos la anhelan o la aceptan, otros no; algunos abren su corazón y se pueden expresar, otros no saben o no pueden; algunos tenemos la dicha de sabernos en manos de Dios, otros no… pero todos nacimos sabiendo que nos íbamos a morir.
A veces te pilla por sorpresa y otras, tras un largo camino, llama a tu puerta. Entonces, cuando estás pudiendo ser consciente, todo a tu alrededor adquiere una dimensión distinta. Te preocupa cerrar cosas que tienes abiertas o pendientes pero sobre todo, o al menos eso percibo, te centras en lo más importante, y haces balance de tu vida: ¿amé?, ¿amé lo suficiente?
Mi padre es un hombre alto a pesar de su edad, atractivo según el decir de muchas mujeres, de espaldas anchas porque siempre fue muy deportista, y tirando a delgado, aunque con cierta barriga por la curvatura de la espalda. Fue el pequeño de siete, muy consentido por mi abuela y sus hermanas; un hombre enérgico, sociable y cultivado, muy enamorado de mi madre y que a su vez tuvo siete hijos.
El poder acompañarle muy de cerca en la última etapa de su vida es un gran regalo del cielo, muy hermoso aunque también envuelto en sufrimiento.
Mi relación con mi padre no ha sido siempre fácil, tal vez porque los dos somos bastante apasionados, pero siempre nos hemos sabido amados el uno por el otro. En estos momentos, además de sabernos amados, nuestras miradas, nuestras manos entrelazadas, nuestras palabras nos hacen sentirnos profundamente amados.
-Hija, no os he podido dejar casi nada de dinero.
– Cierto Papi, pero nos quedamos con tu incansable espíritu de lucha, con tu sonrisa, con tu bondad para con todos… tu fidelidad a la promesa de amor a mamá (mi madre lleva ya muchos años con Alzheimer), y con el testimonio de una fe sencilla y coherente. Ya quisieran todos tantos millones.
La verdad es que en el hospital nos han asignado una habitación confortable, con luz, y lo más importante, nos tratan maravillosamente. Todos, sin excepción, las enfermeras, auxiliares, médicos, psicólogos… Están viniendo sus amigos, sus sobrinos, nietos y todos sus hijos. Algunos viven muy lejos, y además de cuidarlo vienen a despedirse.
Muchos se preguntan dónde está Dios ante el sufrimiento. Mi experiencia personal me ha traido a la mente un cuento-oración que lleva por título el de este pequeño artículo.
Un cuento: «Fotos de Dios»
“Mi vecina Ana, de once años, vino a enseñarme su cuaderno de catequesis. Les han recomendado que lo ilustren. Cuando pasó la última página, me dice: Si encuentras fotos de Dios, ¿me las guardarás?.
Quedo sin palabras y sonrío, y pienso ¿tengo en alguna carpeta fotos de Dios?
Desde anteayer he estado buscándolas. Y las he encontrado. Mis fotos de Dios son todas de rostros. Aunque cada uno sólo reproduce algunos rasgos. Es tan fotogénico Dios, que todos los rostros del mundo, los de los santos, los de los enamorados, los de las personas entregadas, los que se cruzan en determinados momentos de nuestras vidas, no bastan para reconstruir totalmente su imagen. Está Jesús: no se sabe mucho de su aspecto físico, pero se sabe cómo ha vivido, y si uno sigue sus huellas, su Espíritu se pone a modelar desde dentro nuestro rostro.
Cuando regrese Ana le diré: He encontrado las fotos de Dios, mira a tu mamá, a tu papá, a la vecina, a tus primos, a tus amigos, mírate en el espejo…
Quisiera poder añadir: Mírame a mi…”
Que Dios nos de la Gracia de ver en los demás las fotos de Dios y de ser, en nuestro acompañar, testimonios de su Amor.
Un comentario
Precioso. Y real. Muchas gracias por compartirlo.