Hagamos de esta vida un trocito de cielo

Este es el deseo de Virginia de los Ríos, una mujer sencilla y generosa, de una Fe profunda, abierta a la voluntad de Dios incluso en medio de una inconmensurable tribulación, que he tenido la dicha de conocer.  

Queridos hermanos y hermanas, a petición mía y sin pensárselo dos veces, Virginia comparte con el corazón abierto de par en par para todos nosotros un pedazo íntimo de sus vidas, -la suya y de su familia-, por si en algo puede reconfortarnos o ayudarnos en nuestras pérdidas, en nuestros duelos. 

Virginia de los Ríos

Una despedida inesperada

Me llamo Virginia, esposa y madre de cinco maravillosos hijos, y os voy a contar una historia que nos ha marcado a mí y a mi familia, un antes y un después en nuestras vidas. 

Hace ya más de dos años que Diego a sus 25 años y Alejandro a sus 23, el segundo y el tercero de mis hijos, de un manera dura e inesperada partieron de este mundo. Era 20 de diciembre y a las puertas de la Navidad, en plena ciudad con sus calles repletas de luces, en una noche lluviosa y gris sufrieron un fatídico accidente de moto. Salieron juntos de casa para para acudir a la fiesta de empresa, cuando a escasos metros de su destino un coche les arrasó brutalmente. 

Alejandro falleció prácticamente al instante y el estado de Diego era muy grave. Dos días más tarde tras varias operaciones para intentar salvarle la vida, tristemente la perdería también. En ese momento nos dijimos “Diego y Alejandro habéis vivido juntos y felices en la tierra y ahora para siempre en el Cielo”, era una auténtica pesadilla pero no podían estar separados y un hermano se llevó al otro con él. 

En el Clínico de San Carlos, el hospital donde estaba Diego, me pidieron que donara sus corneas para poder dar vista a varias personas, a lo que accedimos sin dudarlo, ya que él estaría feliz de seguir siendo útil, puesto que ambos habían hecho voluntariado en numerosas ocasiones y siempre estaban dispuestos a ayudar a los demás.”

El consuelo de la fe

Desde el primer momento estuvimos rodeados de una forma increíble por toda la familia y multitud de amigos. Nos repartimos para estar entre el hospital con Diego y el tanatorio con Alejandro, ambos lugares abarrotados de personas que nos arropaban y consolaban y un montón de gente desconocida que rezaba por la vida de Diego y por sostenernos en nuestro dolor. Se había producido un auténtico sunami dentro y fuera de Madrid y no cabía tanta gente que se acercaba para darnos su cariño y para acompañarnos en tan dura situación. Hubo cadenas de oración, misas ofrecidas, rosarios en cadena, conventos de monjas encomendándonos, gente que no paraba de rezar y el poder de sus oraciones nos sostenía de una manera increíble a mi marido, a mis hijos y a mí, que estábamos rotos de dolor, aunque paradójicamente fuertes. 

Pero la Virgen no les había dejado ni un momento solos…; al suceder el accidente, providencialmente iba paseando un sacerdote rezando el rosario cuando cayeron justo a sus pies y les dijo “soy sacerdote de Jesucristo, ¿os queréis confesar?” Alejandro le apretó el brazo y Diego le contestó que sí y les pudo dar la absolución estando ambos conscientes. Nos contó que en aquel lugar había notado una presencia de la Virgen muy fuerte y que era un regalo suyo. Con ese detalle la Virgen nos quiso dar paz, tranquilidad y confianza en que nada se le escapa a Ella, nuestra Madre. Era increíble no nos lo podíamos ni creer, ¿qué posibilidad había de que eso hubiese sucedido? En ese momento sentí un alivio inmenso sabiendo que nuestros hijos no habían estado solos en ningún momento.” 

Un amor que trasciende

“Como madre creyente que soy, lo que más me había preocupado siempre era educar en la fe católica a todos mis hijos porque tengo muy claro que a pesar de ser mortales también somos eternos. Dios nos ha creado para llegar al Cielo junto a los que tenemos bajo nuestro cuidado, donde no hay dolor ni pesar y donde encontraremos sentido a todo lo sucedido. 

Ahora había que seguir caminando con una nueva realidad. Recuerdo que estando en casa, al darme la noticia varias personas del Samur, caí de rodillas delante de la imagen de la Virgen del salón y supliqué que por favor llevaran a los dos al Cielo. Esa era la oración que repetía todos los días y ahora se había convertido en una realidad. Abracé rota de dolor la cruz llena de perplejidad y de asombro, y comprendí que Diego y Alejandro ya habían llegado a su plenitud. Eran dos jóvenes llenos de virtudes, de amor por la vida y por los demás. 

Ahora nos toca vivir de otra manera sabiendo que, aunque no los vemos, están con nosotros, porque el amor es más fuerte que la muerte, y estamos hechos para ser felices aquí en la tierra y más tarde en la vida eterna. 

Empezaba mi duelo, esa lucha entre la esperanza y la desesperanza, el estar agradecida por lo que he tenido con sus vidas o quejarme por haberlas perdido, el sufrir sin sentido o el ofrecerlo, el encerrarme en mi dolor o salir al consuelo ajeno… 

Pero Dios no se equivoca, es Padre y dueño de nuestras vidas y sé que escribe recto con los renglones torcidos y que tan solo tengo que recordaros delante del Altar para darme cuenta del fino hilo que nos separa. 

Diego y Alejandro que vuestra huella y memoria nos inspire siempre a ser mejores personas y que hagamos de esta vida un trocito de Cielo como a vosotros os gustaba hacer. Siempre en mi corazón.” 


Sobran mis palabras, me queda un profundo agradecimiento. 


Tan sólo deciros que este testimonio no termina aquí, hemos hecho un cambio en la programación y el próximo miércoles 26 de marzo en la sesión formativa del Instituto a las 18h de la tarde, Virginia nos va a acompañar para hablarnos desde su propia vivencia, -lo que ha vivido y sigue viviendo-, de esta esperanza que va más allá de la esperanza; de cómo la Virgen -que también perdió a su Hijo en la plenitud de la vida-, tira de nosotros y nos da alas de esperanza. 

Un comentario

  1. Muchas gracias por este testimonio. Qué personas llenas de Dios!!! Ojalá hubiera muchas así para bien de la humanidad!

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