Es importante caer en la cuenta de dónde estamos, qué situación nos rodea, con quiénes vivimos y cómo es la Vida Consagrada en pleno siglo XXI. Sería una perogrullada recordar que nuestra sociedad está envejecida, porque sin duda lo está. Los últimos datos del INE así lo atestiguan. Todos los informes nos hablan de que en el año 2050 España tendrá un 30% de población mayor de 65 años.
Es evidente que esta realidad se hace extensible a la Vida Consagrada. En Europa Occidental son cada vez menos las vocaciones sacerdotales y religiosas, y las Congregaciones se nutren de jóvenes que responden a la llamada en África, Asia o América, aunque este último continente ha manifestado una menor intensidad en los últimos años.
Esa es la evidencia de los datos, pero esto no debe echarnos las manos a la cabeza, alarmarnos y lamentarnos por lo viejos que somos, lo mal que nos va y el qué va a ser de nuestras obras.
Este contexto nos tiene que llevar a pensar que Dios también está haciendo camino con nosotros desde esta realidad. Es algo querido por Él, algo que el Espíritu nos inspira para reflexionar, quizás para cambiar determinados rumbos, o puede ser que incluso para aceptar nuestra propia muerte como Institución. No podemos decir que el Espíritu no quiere esta situación que estamos viviendo, sino que, sin duda, es provocada por Él mismo y nos impulsa hacia el nuevo futuro de la Iglesia.
El Espíritu ha soplado, sopla y seguirá soplando, pero las personas tenemos que estar atentas a qué nos quiere decir y ser valientes y arriesgados en tomar decisiones. Muchas de estas decisiones tendrán que ver con las propias obras y con la evaluación que hagamos como Institución.
En unos casos nos llevará a dar pasos en la unificación de Comunidades, en la concentración de proyectos, en la toma de decisiones a nivel global, y en otros puede que nos lleve a pedir la anexión de Congregaciones con carismas similares, o a otra Congregación hermana, o a poner nuestros recursos en proyectos intercongregacionales y quizás, en otros casos, nos esté llamando a asumir nuestra propia muerte con dignidad y agradecimiento.
No es sano echar la mirada atrás con añoranza patológica, ni es sano «hacer lo que siempre se ha hecho», o no movernos porque «más vale malo conocido que bueno por conocer», o simplemente porque me dan miedo los cambios y es mejor esperar por dónde nos lleva el tiempo y Dios mediante él.
¡Hay que moverse! ¡Hay que reaccionar! ¡Hay que tomar decisiones! y ¡Hay que arrriesgarse! Es el momento, el ya y ahora. A veces los problemas y la solución a los mismos no están en los demás, ni fuera de nosotros mismos, sino dentro de nosotros que no aceptamos la realidad como es.
Podemos leer el tiempo que nos queda como una posibilidad de descubrir nuevos mundos interiores, nuestras honduras.
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2 comentarios
Me parece una muy buena reflexión, en particular para las congregaciones q tenemos pocas hermanas. Gracias. Es difícil tomar decisiones extremas para cerrar casas pero es un reto para mí y mi consejo. Saludos
Muy profundo y real tu reflexión , José Ramón muchísimas gracias