Todos hemos sido convocados por el Papa a caminar con esperanza en este Año Jubilar 2025. La esperanza no es la meta, es el motor del peregrino, del hombre con inquietud interior.
Sor Teresa Cadarso
Orden de Predicadores – O.P. (Dominicas)
Monasterio de Santo Domingo de Caleruega (Burgos)
El evangelista dice que eran magos. Uno, dos, tres: Mateo no dice cuántos. Tan solo que eran de Oriente: Persia, Babilonia o el sur de Arabia. Contemplaban los Cielos y estudiaban el significado de los movimientos planetarios. Una noche vieron salir una estrella que identificaron con el inminente nacimiento de un Rey:
«Varios factores podían haber concurrido a que se pudiera percibir en el lenguaje de la estrella un mensaje de esperanza. Pero todo ello era capaz de poner en camino sólo a quien era hombre de una cierta inquietud interior, un hombre de esperanza, en busca de la verdadera estrella de la salvación.»
Benedicto XVI, La infancia de Jesús, p. 101
El peregrino es un inquieto existencial. «Ponerse en camino –afirma el Papa Francisco en la Convocatorio de este Año Jubilar− es un gesto típico de quienes buscan el sentido de la vida.» (Spes non confundit, 5). Dios se ha hecho carne y Cristo nos ha alcanzado la Salvación, pero podemos permanecer ignorantes y recluidos en nuestro territorio, ajenos a lo que esto significa. No sólo necesitamos de Aquel que colma nuestra Esperanza, sino que es preciso darse cuenta de hasta qué punto estamos menesterosos de esta Esperanza.
El Santo Padre ha abierto la Puerta Santa del Año Jubilar 2025 y todos hemos sido convocados a caminar. Sin embargo, es posible que no todos estemos dispuestos a emprender el viaje o no lo consideremos preciso. Puede que hayamos acostumbrado nuestro corazón a la mediocridad que nos habita y hayamos renunciado a buscar nada nuevo.
Otro jubileo, ¿para qué? Aquellos Reyes de Oriente poseían bienes, pero su mayor riqueza fue la capacidad de observar y reconocer. Dominaban la ciencia de los astros y de la naturaleza en general, pero su auténtica sabiduría se manifestó al permanecer abiertos a la novedad de Dios y ponerse en camino hacia la Sabiduría en persona. No fueron los únicos astrónomos que constataron el extraordinario fenómeno que aconteció por entonces, pero sólo ellos captaron lo que podía significar y se sintieron interpelados hasta el punto de emprender el viaje.
«Lo que en la gran perspectiva de la fe es una estrella de esperanza, para la vida cotidiana es en un primer momento sólo causa de agitación, motivo de preocupación y de temor. Y, en efecto, Dios estorba nuestra vida cotidiana.»
Benedicto XVI, La infancia de Jesús, p. 109
No es la inquietud del turista. Para el errante, el camino es el fin; mientras que para el peregrino es solo el medio:
Venimos a adorarlo. (Mt 2,2)
Mientras que el primero es arrastrado, el segundo es atraído. El giróvago se encuentra dominado por un vacío de sentido que le genera una inquietud que intenta acallar con la inestabilidad, el goce efímero de las experiencias acumuladas y el ritmo frenético de la productividad. La inquietud del peregrino, en cambio, radica en un anhelo que le saca de sí y de su mundo. No se conforma, pero su búsqueda no es compulsiva. Precisamente porque el camino es solo un medio, disfruta cada paso y contempla cada paisaje. Discierne cada ruta y descubre, en cada nuevo sendero, una razón para continuar.
«Y eso lleva a desarrollar una virtud estrechamente relacionada con la esperanza: la paciencia. La paciencia, que también es fruto del Espíritu Santo, mantiene viva la esperanza y la consolida como virtud y estilo de vida.»
Papa Francisco, Spes non confundit, 4
Mientras que el turista descarta –¡menuda decepción!− o tacha en su lista de proyectos −¡cumplido!− , el peregrino acoge sin exigencias ni ideas preconcebidas. Los Magos fueron directamente a Jerusalén porque, en su mentalidad, el palacio era el lugar que correspondía al Rey; el poder y la riqueza, las condiciones esperables en las que encontrar al Salvador. Para que sus ojos llegaran a reconocer en un indefenso Niño al Rey de Reyes, era preciso que renunciaran a sus “yo creía que…”; que maduraran sus expectativas, y que estuvieran dispuestos a que lo que encontraran no se correspondiera con su idea.
El camino no es el fin y, al mismo tiempo, se hace imprescindible para llegar a la meta. La andadura trasforma, madura, enseña, cambia al peregrino hasta poder reconocer en un pobre bebé al Mesías anunciado.
¿Qué esperamos que signifique este Año Gracia? ¿Acogeremos lo desconcertante de este Dios que nunca encaja con nuestra lógica? ¿O renunciaremos a mitad del camino, desilusionados con su modo de proceder y hacerse presente? «La felicidad es la vocación del ser humano, una meta que atañe a todos. Pero, ¿qué es la felicidad? ¿Qué felicidad esperamos y deseamos?», se atreve a preguntar el Papa Francisco para, a continuación, desmontar nuestros ídolos de “salud, dinero y poder”:
«Soy amado, luego existo; y existiré por siempre en el Amor que no defrauda y del que nada ni nadie podrá separarme jamás.»
Papa Francisco, Spes non confundit, 21.
La esperanza no es la meta, es el motor del peregrino que, en los momentos de oscuridad, como de un generador, se apoya en la fe:
« He aquí porqué esta esperanza no cede ante las dificultades: porque se fundamenta en la fe y se nutre de la caridad, y de este modo hace posible que sigamos adelante en la vida»
Papa Francisco, Spes non confundit, 3.
Llegarán algunas decepciones, las sorpresas nos desestabilizarán y habremos de reinterpretar lo que significa el Año Jubilar. A lo largo de estos doce meses que ahora se inauguran nuestra mirada se irá disponiendo a reconocer a Aquel por el que nos pusimos en camino. Lo encontraremos en pañales, en lo más débil, pobre, insignificante y aburrido de nuestra existencia. Y en los momentos más extraordinarios, cuando lo rodeen los ángeles y un coro celestial nos acompañe. Pero solo el corazón que peregrina sabrá reconocerlo. Entonces lo verá cara a cara. Se encontrará con el Amor.
Se llenaron de inmensa alegría. (Mt 2,10)
«Es la alegría del hombre al que la luz de Dios le ha llegado al corazón, y que puede ver cómo su esperanza se cumple: la alegría de quien ha encontrado y ha sido encontrado.»
Benedicto XVI, La infancia de Jesús, p. 111
Y lo adoraremos, con oro, incienso y mirra. Dejaremos a sus pies la búsqueda insaciable de dinero, poder, fama y ansias de ser. Abandonaremos nuestra pretensión de ser como dioses y dejaremos que Él sea el único Dios de nuestra existencia. Y pondremos en sus manos nuestra vida:
« Nosotros, en cambio, en virtud de la esperanza en la que hemos sido salvados, mirando al tiempo que pasa, tenemos la certeza de que la historia de la humanidad y la de cada uno de nosotros no se dirigen hacia un punto ciego o un abismo oscuro, sino que se orientan al encuentro con el Señor de la gloria.»
Papa Francisco, Spes non confundit, 19.
Y avisados en sueños que no volvieran a Herodes, se retiraron a su país por otro camino. (Mt 2,12)
« La esperanza cristiana consiste precisamente en esto: ante la muerte, donde parece que todo acaba, se recibe la certeza de que, gracias a Cristo, a su gracia, que nos ha sido comunicada en el Bautismo, la vida no termina, sino que se transforma para siempre.»
Papa Francisco, Spes non confundit, 20.
Como ellos, como los Magos de Oriente, después de esta peregrinación, de este año Jubilar, deberemos volver a nuestro territorio, quizá al de siempre –allá donde Dios nos ha puesto−, con su parte de cruz y sus muertes de to