Vivir en comunidad es, o por lo menos debería ser, un motivo más por el que estar profundamente agradecido a Dios, pues aunque la convivencia no siempre es fácil, y así lo hemos podido experimentar todos en múltiples ocasiones, lleva asociada entre otras muchas cosas la posibilidad de vivir acompañado, de ser escuchado, de ser respetado, de compartir un amor mutuo o incluso una misma misión. Las relaciones humanas frecuentes son a veces causa de conflictos, roces y dificultades, pero también son una oportunidad idónea para el encuentro con los otros y para el crecimiento personal.  

Con el famoso coronavirus hemos visto los efectos positivos y desgarradores de una convivencia “impuesta”, y aunque no todos han tenido la posibilidad de elegir, muchos han aprovechado el confinamiento para compartir con los seres queridos o más próximos lo que les ha tocado vivir, con sus alegrías y tristezas, mientras que otros han padecido los efectos de la indiferencia, del egoísmo, la intolerancia y los abusos.  

Trasladándonos a la vida religiosa, nos encontramos mayoritariamente con comunidades que aspiran y se esfuerzan a diario por hacer de la convivencia una experiencia verdaderamente fraterna. La semana pasada hablábamos en el blog de 6 claves para crecer en la vida fraterna, sobre todo desde una dimensión espiritual; ¿qué hay que tener en cuenta, además, desde un plano interrelacional?  

Con frecuencia es duro armonizar los distintos roles y personalidades, con las distintas edades, necesidades y expectativas, culturas, historias de vida, talentos, limitaciones, y a veces enfermedades; ¿cómo hacer de cada comunidad un hogar donde cualquier hermano o hermana pueda sentirse verdaderamente a gusto?  

En la mayoría de los casos a nadie le han preguntado con quién quiere convivir, compartir oración o misión y, de repente, te incorporas a una comunidad donde puede que conozcas a alguien, donde puede que haya personas muy gratas para ti con las que te resulta una gozada compartir vida, pero también personas que te cuesta soportar, que te quitan energía y si te dejas, se apoderan de tu estado de ánimo. Y con todos tengo que convivir. 

El Papa Francisco hace referencia a la convivencia como un arte, “es un arte paciente, un arte hermoso, es fascinante”. La periodista india Sweta Sing afirma que “la belleza de la convivencia es la aceptación”. De forma paralela el psiquiatra Enrique Rojas dice que

“la convivencia es un trabajo costoso de comprensión y generosidad constantes, en donde no se puede bajar la guardia”.  

Cuánta verdad hay en estas afirmaciones y a la vez qué difícil es permanecer vigilantes y salir de uno mismo. Se nos olvida con frecuencia la importancia de ponerse en el lugar del otro y de cuidar, con mucho ahínco, la forma en que nos comunicamos, y no sólo la verbal, sino sobre todo la no verbal. 

A veces no somos conscientes de la presencia de fuertes bloqueadores en las relaciones comunitarias. Xosé Manuel Domínguez Prieto en “el arte de acompañar”, un libro que recomiendo muchísimo, nos subraya los más frecuentes: 

● La dificultad para afrontar el conflicto, que nos lleva a huir o a callar para evitar la tensión que genera en vez de aprovecharlo como una oportunidad de crecimiento.

● Conversar poniéndose a la defensiva o acusando o atacando a las personas en vez de referirnos al comportamiento. A veces caemos en el juicio y en la crítica, diferente de la corrección fraterna. 

● Victimizarse, huir o descargarse de las responsabilidades señalando el daño sufrido y la circunstancia que supuestamente te sitúa en la imposibilidad de hacer nada. 

● La indiferencia por el otro, la desconexión, el replegarse para no hablar. “Es un pesado, no aporta nada…” 

● La ironía, la burla, el insulto o el menosprecio.

● La agresividad, el grito, el portazo… 

● La queja constante, improductiva, el negativismo que roba la alegría…

¿Cómo actúo yo?, ¿cómo me relaciono con los demás?, ¿cómo es mi mirada hacia cada uno?, ¿qué aporto en la convivencia del día a día para que mi comunidad sea un hogar para todos los que estamos en ella? 

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