El doctor Patrick Theiller, antiguo responsable del Departamento de Constataciones Médicas de Lourdes, relata el siguiente testimonio recogido en Lourdes.
Michel Durand nació en 1933. Casado y padre de dos hijos y hombre muy comprometido, en 2003 sufrió repentinamente una grave inflamación de la vesícula biliar lo que le provocó una perforación en el intestino y una infección en la base de los pulmones. Una pancreatitis terminó de agravar su estado. Era necesaria una intervención urgente de alto riesgo durante la cual, en un momento dado, sufrió un paro cardiaco: estaba clínicamente muerto.
En aquel entonces su sobrino más joven, dominico, se encontraba en Lourdes rezando por su tío y se bañaba en las piscinas para pedir su curación.
Sorprendentemente el equipo de reanimación consiguió poner en marcha su corazón y, a partir del día siguiente, Michel pudo levantarse empezando su estado de salud a mejorar rápidamente. Cuatro semanas después pudo regresar a su domicilio. Cuando volvió a encontrarse con su cirujano siete semanas después le recibió diciendo: “¡Aquí tenemos al hombre que se salvó por un milagro!”.
El doctor Theiller se encontró de nuevo con Michel en octubre de 2006 y este le dijo que “esta curación me la concedió la Virgen. Y para mí, que le tengo una gran devoción, es una gracia muy grande”.
Continuó la conversación y, por fin, decidió contar la experiencia que había vivido durante ese tiempo que estuvo clínicamente muerto:
En un momento dado se abrió una puerta y vi una poderosa luz blanca ante mí. Estaba solo en un espacio claro, tranquilo, relajante, indescriptible. Me dirigía a un lugar formidable, maravilloso. ¿Cuánto tiempo duró aquello? No lo sé. Ya no existía el tiempo. En cualquier caso era una experiencia muy agradable. Una especie de felicidad, de bienestar, de plenitud. Todo era bello, todo estaba en calma. Me resulta imposible describir lo bien que me sentí. Me encontraba en una perfecta beatitud. ¡Lo peor fue cuando tuve que volver a la triste realidad, otra vez entubado por todas partes!
Después ya no vuelves a ver el final en la tierra de la misma manera. Relativizas y dejas de ver la vida desde la misma perspectiva. Te sientes feliz de haberla vivido. Te entran ganas de dar las gracias. Ganas de rezar con un espíritu de alabanza, de agradecimiento de no pedir.
Ya no vuelves a estar deprimido. Si eso es la muerte, entonces no hay que tenerle miedo. El día que se presente ya no la veré como un fin en sí misma. Tengo la impresión de haberla vivido ya, para dar testimonio de ella a los que me rodean.
En palabras de Monseñor Iceta “en la comunión con Dios, la vida presente de un ser para la muerte, se convierte en una existencia para la vida, una vida en plenitud, una vida eterna”.
¡No tengamos miedo a la muerte!
Te invitamos a ver el emocionante testimonio de Patricia Valera, en el que explica cómo el amor fue más fuerte que la muerte cuando su marido enfermó y falleció. «Él está de otra manera, con su amor, y ese amor no ha cambiado; es verdad que el amor es más fuerte que la muerte».
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5 comentarios
Pensar que vamos a morir puede ser una buena manera de enfocar la vida en el sentido de no darle mucha importancia a las cosas y vivir con más tranquilidad.
Me matizo. Esto puede ser valido. O no. Depende. Hay momentos. También puedes adoptar otras posturas, incluso la «contraria». Es decir que, precisamente porque vamos a morir. hay que darle «importancia» a las cosas e intentar disfrutar cada momento lo máximo posible.
Aunque es más fácil decirlo que hacerlo, pienso.
Todo lo que digamos sobre el fúturo es,básicamente, vanidad.
La muerte da miedo porque es el gran misterio, la gran pregunta, además de por todo lo asqueroso que la rodea.