Es el momento de construir nuevas comunidades más sinodales, abiertas, creativas, ilusionantes, sencillas, humildes… donde todos aportan y nadie queda excluido.
Hace meses escribía sobre este mismo tema. A raíz de este escrito, alguna religiosa se ha interesado más por cómo hacerlo, cómo plasmar esta realidad que adviene y que nos supera. Son muchas las dudas: ¿Es posible una comunidad sin superior/a? ¿A nivel canónico se permite? ¿A nivel práctico es viable? ¿Qué pasos tendríamos que dar? ¿Cómo se organizaría una comunidad de estas características?
Primero, tengo que recalcar varias cosas que ya indicaba en el anterior artículo. Tenemos que quitarnos de la cabeza que esto no va a llegar, o que no es para nosotros, o que es imposible o que no se dan las circunstancias. Llegará, no para todos, evidentemente, quizás aquí esté pensando en comunidades exclusivamente de Hermanos/as mayores y muchas de ellos enfermos; comunidades donde hay personal que lleva la atención de las mismas durante las 24 horas del día; no pienso en comunidades donde los dinamismos son otros. El enfoque pues está situado en este tipo de comunidades que, por otro lado, conocemos bien.
No olvidemos que para dar un paso a este nivel tenemos que quitarnos los miedos y prejuicios de nuestras cabezas, las ataduras que nos llevan a pensar en lo que siempre ha sido y que siempre lo hemos hecho así. Es construir nuevas comunidades más sinodales, abiertas, creativas, ilusionantes, sencillas, humildes… donde todos aportan y nadie queda excluido.
Sensibilización y transparencia
Segundo, para dar un paso adelante en este sentido tenemos que empezar con la sensibilización. La sensibilización se puede orientar a nivel global (como Congregación), pero se trabaja sobre todo a nivel individual, interior, más íntimo y personal. ¿Qué nos lleva como Congregación a este planteamiento? ¿Qué nos aporta? ¿A qué tengo que renunciar para permitirlo? ¿Qué tengo que cambiar en mi interior para aceptarlo? ¿Cómo asumir que la organización, animación y acompañamiento de mi comunidad recaiga en manos de alguien que no es consagrado y que, además, no pertenece a mi Instituto?
Cuando tenemos en mente un cambio, sin importar qué tan complejo sea, se debe ir explicando e involucrando a todos los que van a estar implicados en el mismo. Todo el proceso tiene que ser lo más transparente posible, de manera que tengan acceso a toda la información de lo que acontece: los beneficios, tiempos, qué sí y qué no va a cambiar, entre otras cosas. Recordemos que en nuestra estructura tenemos personas que tienen diferentes responsabilidades, aficiones y actividades y que su vida hasta el momento se ha ido construyendo alrededor de lo que tienen actualmente que, además, han ido mamando a lo largo de su historia personal y de la historia como Congregación. No han tenido experiencias previas de comunidades sin superiores. Por lo que cualquier cambio que se quiere implementar necesita de sensibilización y comunicación previa, es decir, con el mayor tiempo de antelación posible.
La sensibilización no se da con un curso, o en unas jornadas, la sensibilización requiere hacerla como lluvia fina, con tiempo, con una planificación, incluso dando pasos previos y en comunidades concretas y ejerciendo mucha escucha, pero también poniendo topes a este proceso (no podemos pasarnos 10 años reflexionando y no podemos pretender que todo el mundo esté sensibilizado y apruebe esta alternativa).
Es un tiempo dedicado para nuestro futuro como Instituto. Un tiempo rico de catarsis y de mucha humildad. Sin apertura a la vida la muerte nos acecha, y nos alcanza sin remisión. Puede haber Congregaciones que prefieran morir sin dar ningún paso previo (morir con lo puesto), las hay que prefieren ir abriéndose al futuro con esperanza, con osadía, escuchando la voz del Espíritu que les llama a algo nuevo. Cuando el Espíritu sopla tenemos que sentirlo, dejar que entre por los poros de nuestra piel y tener la valentía de aceptarlo y confiar en estos soplos de aire nuevo. “Así mismo, en nuestra debilidad el Espíritu acude a ayudarnos. No sabemos qué pedir, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos que no pueden expresarse con palabras”. Romanos 8,26
En esta etapa de sensibilización, entran en camino modelos intermedios que ayudarán a la puesta en marcha del modelo de comunidades sin superior/a. Este modelo intermedio es la figura de la directora/a técnico/a, coordinador/a general de la Casa, de la que ya hablamos en otros artículos. Una figura que ayuda en la gestión del día a día de las Casas junto con los superiores/as actuales, haciendo un equipo con y entre ellos, y abriendo ventanas hacia el futuro, donde ya los superiores no estarán y el papel lo irán asumiendo quienes han gestionado la casa, este proceso en algunos casos se puede dar con cierta naturalidad.
Puesta en marcha
Tercero, después de la sensibilización, viene la puesta en marcha. Poner en funcionamiento un modelo de comunidad donde el superior no existe como tal, sino que son nuevas comunidades donde a nivel práctico la parte de gestión de la comunidad ya es íntegra y asumida por laicos. De uno o de varios, porque para algunas comunidades que un laico asuma también el peso del acompañamiento de la Comunidad no sería viable, ni posible.
Aquí toca adaptar el modelo de autoridad tan trabajado y reflexionado a lo largo de los años, principalmente desde el Concilio Vaticano II. El primer documento programático para la adecuada renovación de la vida consagrada en la Iglesia, el decreto Perfectae caritatis trazaba unas líneas muy claras al respecto y que nos marca una línea de futuro de lo principal y fundante en el concepto de autoridad: “Mas los Superiores, que habrán de dar cuenta a Dios de las almas a ellos encomendadas, dóciles a la voluntad divina en el desempeño de su cargo, ejerzan su autoridad en espíritu de servicio para con sus hermanos, de suerte que pongan de manifiesto la caridad con que Dios los ama. Gobiernen a sus súbditos como a hijos de Dios y con respeto a la persona humana.”
Mi pregunta es: ¿hay algo de esto que no pueda llevar a cabo un laico/a? Ejercer la autoridad requiere una reflexión sobre la misma y sobre cómo llevarla a cabo, dado que tiene que ver con la persona que lo ejerce, no sobre el concepto en sí. El concepto de autoridad estará limitado y definido por su campo de aplicación específico y así como unos padres de familia no ejercen la autoridad sobre sus hijos como los jefes de un Estado la ejercen sobre sus electores, de la misma manera un superior no ejerce la autoridad en la comunidad sobre sus miembros de la misma manera que un líder lo hace en la empresa. Y este ejercicio de la autoridad no se marca por una consagración, sino que se marca por un estilo, por cómo se quiere llevar a cabo y, sobre todo, como dice el decreto, “con respeto a la persona humana”. ¿No hay religiosos/as que han ejercido esta responsabilidad desde un autoritarismo dictatorial? Como ¿no hay religiosos/as que lo han ejercido desde un principio de servicio, de acompañamiento, de humanidad, de ternura, de paciencia…? No es menos cierto que este concepto de autoridad puede ser ejercido por laicos desde una dimensión o desde otra. Va con la persona, va en cómo se entiende este servicio.
El coordinador laico
Otro aspecto a tener muy en cuenta y que sí es una gran diferencia que hay que aceptar como cambio, es que un superior/a ejerce esta responsabilidad como una misión delegada por sus superiores jerárquicos. Es una misión. Los superiores jerárquicos te envían a llevar a cabo esta misión inserta en una determinada comunidad. Te guste más o menos, te atraiga más o menos, se acepta por obediencia y se plasma en la asunción de esta responsabilidad y ese espíritu de servicio. “Esa autoridad, característica de los institutos religiosos, no proviene de los miembros; es conferida por Dios mediante el ministerio de la Iglesia, al reconocer el instituto y aprobar sus constituciones. Es una autoridad de la que están investidos los superiores, mientras duren sus períodos de servicio, ya sea a nivel general, intermedio o local.”
En cambio, el coordinador laico de una Comunidad, es una elección de la propia Congregación, de forma que es la propia Congregación quien elige y quien envía a esta persona a ejercer esta responsabilidad después de un proceso de selección. De otra manera, sí, pero con un fin similar. No olvidemos algo esencial. Cuando hablábamos, al principio, de que esto requiere un cambio de mentalidad, porque la tendencia va a llevarnos a pensar que mi superior/a “X” ha sido cambiado y sustituido por el laico/a “Y”. Esto no es así. Es un modelo diferente. El laico/a “Y” seguirá siendo una persona laica que ejerce este cargo desde una dimensión profesional, donde se le pagará por ese cargo y tendrá unos horarios determinados y que además no estará las 24 horas en la casa, ni los 7 días a la semana, y que además tendrá sus vacaciones y otros derechos que habrá que respetar. Esto no es óbice para que busquemos y ayudemos a formar a una persona que reúna unas características de entrega, disponibilidad, voluntad de conocimiento de la Congregación para quien trabaja, servicio, caridad, paciencia, honestidad… Hay que tener a la persona más indicada, para una comunidad determinada y para con una misión muy clara y definida, poniendo blanco sobre negro del alcance del puesto, pero siendo conscientes también que los Hermanos/as tienen que aceptar las renuncias y diferencias entre un cargo y el otro. No es continuar como hasta ahora. Hay cambios y cambios importantes.
El reto
En cuarto lugar, ¿cómo se organizaría una comunidad de estas características? Ante este reto insistiré en tres conceptos: apertura, adaptación y gratitud. No obstante, por si alguien lo está pensando, no equiparemos estas comunidades a empresas, equipos de baloncesto o a una asociación. Esta forma de pensar ha dañado mucho a varias congregaciones que, poniendo exclusivamente la forma de gobierno en la sociología, pragmatismo, la psicología o las ciencias sociales, han desterrado los valores religiosos que fundamentan una comunidad de vida consagrada. Si el gobierno en la vida consagrada debe reflejar unos valores y un lugar teológico muy específico, se desprende de aquí la necesidad de que la autoridad ejercida por un laico refleje dichos valores y dicho lugar teológico, al menos que los entienda y respete. Si toda comunidad busca ser un lugar en dónde Dios pueda realizar su proyecto y así comunicar su vida divina, la característica principal o la característica esencial y preponderante de toda autoridad será que dicho proyecto se lleve a cabo. Lo cual significa en primer lugar conocer cuál es el proyecto de Dios sobre la comunidad.
Salvada esta parte, que no es sencilla y que requiere un proceso de selección complejo y de formación posterior del perfil seleccionado, hablábamos de tener apertura, adaptación y gratitud.
Apertura
En general la apertura se refiere a la disposición y capacidad de una persona para aceptar y adaptarse a nuevas ideas, experiencias y circunstancias. De todas formas, esto no es sencillo y menos aún con personas mayores. Muchas personas experimentan resistencia y temor ante lo desconocido, lo que puede obstaculizar cualquier tipo de cambio personal y grupal. Aunque el cambio es una parte inherente de la vida, a menudo nos resistimos a él por diversas razones. Una de las principales razones es el miedo a lo desconocido. La familiaridad proporciona seguridad y estabilidad, a medida que cumplimos años también buscamos esa seguridad de lo ya experimentado, conocido, de lo que es familiar, y enfrentarse a lo nuevo puede generar incertidumbre, miedo e inseguridad. Esta apertura al cambio hay que trabajarla en la parte de sensibilización y asegurarla en este proceso de puesta en marcha.
Adaptación
La introducción de un referente en las Casas que asume responsabilidades antes desconocidas para los miembros de la Comunidad, requiere un esfuerzo serio de adaptación. El adaptarse a este cambio conllevará un proceso de transformación personal; y seguro que para determinados miembros supondrá una crisis en su estabilidad emocional. Es necesario pensar qué cambios supondrá:
• Cambio en los referentes. “Siempre hemos tenido un superior/a en nuestra comunidad”. La palabra referente es importante. Hay un cambio de referentes independientemente que de forma canónica y que por Constituciones sigue constando el nombre de un superior religioso. El primer cambio es pues este referente. La referencia será un laico/a que nos ayude a vivir con plenitud nuestro estilo de vida comunitario, que nos ayude a caminar por este momento de nuestra vida personal y en este momento vital. No lo hará igual que el superior/a que hemos tenido antes, como tampoco ningún superior es igual al otro. Tenemos que aceptar que un laico nos pueda acompañar de otra manera y aportándonos algo nuevo. Para querer adaptarnos a este cambio tenemos que aceptar y querer conocer a la persona que nos acompaña ahora. No mirarlo desde los “peros”, sino caminar a su lado mirándole como un referente válido y necesario al que le facilitamos la tarea.
• Cambio en los horarios. Nuestras comunidades siempre han tenido horarios muy establecidos y bastante fijados: horarios de nuestras laudes, de nuestra Eucaristía, de nuestra reunión comunitaria, de nuestro rosario, de nuestras actividades, de nuestra comida o cena… Sería bueno estar abiertos a adaptarnos a nuevos horarios. A lo mejor ahora las reuniones comunitarias en vez de ser a las 20:30 de la tarde pasan a ser a las 17 horas o a las 11 de la mañana y la Misa quizás ya no sea a las 19 horas y pasa a las 11 de la mañana…
• Cambio en las presencias. Venimos acostumbrados de tener al superior de la comunidad, mañana, tarde y noche, de lunes a domingo, siempre presente, incluso muchas veces esclavo de la propia comunidad donde los superiores no se atreven ni a salir de las mismas por lo que pueda pasar… El coordinador general de la Casa estará, tendrá unos horarios, pero en otros momentos no estará presente. Tenemos que aceptarlo y bendecirlo. No estaremos solos, todo estará organizado, en ausencia del Coordinador habrá un referente en la casa a quien dirigirse y que a la vez avisará al Coordinador General de la Casa si hace falta. Este acudirá a la Casa siempre que se estime necesario y urgente.
• Cambio en la forma de comunicarnos. En las comunidades se establecen unas estructuras comunicativas que tienen mucho que ver con las Jerarquías internas. Algunos Institutos han ido evolucionando hacia formas de comunicación más “democráticas” y otras se han mantenido en estilos más piramidales. Los miembros de una comunidad se dirigen a su superior para comentarle sus inquietudes, problemas, situaciones o simplemente para transmitir sus necesidades, incluidas las materiales. Es en todo esto donde se produce un cambio, dado que la referencia y la comunicación deberían establecerse también, aunque no de forma exclusiva, con el Coordinador General de la Casa. Este cambio sustancial inclusivo, no exclusivo, abierto, no cerrado, será difícil de trabajar e interiorizar en los miembros de la Comunidad, pero ya se va dando en algunas comunidades donde esta figura ha empezado a trabajar.
Gratitud
Según Cicerón, “la gratitud no es solo la más grande de las virtudes, sino la madre de todas las demás”. La palabra gratitud procede del latín gratitūdo y, según la RAE, es “el sentimiento que nos obliga a estimar el beneficio o favor que se nos ha hecho o ha querido hacer, y a corresponder a él de alguna manera”.
Gratitud pues, es algo que sentimos y que además nos impulsa a la acción. A través de ella, reconocemos las cosas buenas de nuestras vidas, ya sean intangibles o tangibles, y actuamos en consecuencia. Pero además de un estado temporal, también es un rasgo de carácter y ser una persona agradecida equivale a sentirse más satisfecho con la vida. La gratitud contribuye pues a la esperanza, la resiliencia y el afrontamiento de las crisis. Y es aquí donde tenemos que poner todos nuestros esfuerzos. El hecho de estar pensando en comunidades sin superior, requiere que pongamos en marcha la mejor de nuestras virtudes, entre ellas el agradecimiento. Agradecer que la Congregación lo permita, agradecer que tengamos a alguien que nos ayuda en nuestra misión y nos acompañe en el camino, agradecer la sinodalidad aplicada en nuestra realidad concreta, agradecer que no estamos solos y laicos y religiosos nos acompañamos en comunidades más abiertas, agradecer nuestra historia, nuestro carisma, a nuestros fundadores y superiores, agradecer al Espíritu que siga soplando con fórmulas nuevas, creativas, llenas de vida y esperanza, gratitud por VIVIR, VIVIR en grande, no encerrados en lo de siempre sino abiertos al futuro.
Por José Ramón López
Director de operativa de la Fundación Summa Humanitate