Que soplen vientos de cambio

La soberbia y la autosuficiencia pueden ser tentaciones que se nos presenten a todos, sobre todo en momentos de bienestar en los que el ser humano deja de experimentar la necesidad de los otros y de Dios. La tendencia es convertirnos en sociedades individualistas y prepotentes donde no necesitamos del otro salvo para mi propio interés y, por lo tanto, donde estamos relegando a Dios de nuestras vidas y apartándolo de cualquier ámbito social.  

Ya los Padres de la Iglesia advertían a la sociedad ante esta tentación que se presenta en tiempos de bienestar, y descubrieron en la prueba un llamamiento divino a la humildad.  

La prueba, siempre la prueba. Parece que solo la prueba nos pone en alerta, nos vapulea, nos hace caer en la cuenta de nuestra vulnerabilidad, aunque no por mucho tiempo. Así cuando fallece un conocido siendo aún joven o en circunstancias poco deseables, cuando a nosotros o a alguien cercano le acecha una enfermedad incurable, cuando vemos una tragedia del tipo que sea, cuando la fina línea entre la vida y la muerte se presenta ante nuestros ojos con claridad, es ahí donde levantamos la mirada hacia Dios con más intensidad que nunca. A las puertas de lo desconocido nos agarramos no al dinero, no a nuestros orgullos, no a nuestra comunidad, no a nuestros títulos…, nos agarramos a Dios. 

Un refrán español muy conocido nos dice “a Dios rogando y con el mazo dando”. Su sentido original, explica el poeta y lexicólogo Francisco Rodríguez Marín (1926) hacía referencia a la conveniencia de «salir presto del camino peligroso» y se utilizaba habitualmente en el campo. Este refrán fue adaptando su significado al actual, que bien nos sirve de aplicación en estos momentos de dificultad que nos están tocando vivir.  

Levantar la mirada a Dios en nuestra oración, en las comunidades y conversaciones, con lágrimas, con lamentaciones, queda vacío de sentido si no hacemos todo lo posible para que estos momentos de dolor, muerte y separación pasen lo antes posible. No solo para esto, sino para evitar que estos momentos se presenten en la vida de otras personas. Es de una gran responsabilidad lo que tenemos entre manos. 

Creo, sinceramente, que dos de los votos de profesión de los consagrados adquieren, con todo esto un sentido especial: el voto de obediencia y el voto de pobreza. 

Voto de obediencia. En el monacato primitivo era un voto íntimamente ligado a los mandamientos divinos y, por lo tanto, al ejercicio de la humildad que supone la obediencia al otro; a esto se añade la obediencia mutua como signo de caridad fraterna cristiana. No puede ser más actual. No solo a los religiosos les tiene que hacer reflexionar, también a los laicos. 

Voto de pobreza. Entendemos por voto de pobreza todo lo que implica una vida de austeridad, renuncia, vivir con lo mínimo, con lo necesario, la renuncia a cosas superfluas, etc. También entendemos que el pobre es quien acoge a los pobres y vive para ellos, trabaja con ellos, asume sus valores como propios y tiene un estilo de vida como la de los pobres. Pobre es el que vive como Jesús pobre, confiado sólo en el Padre, sin pertenecerse a sí mismo. Es el que vive “donado”, enamorado, “en-amor-dado”. Pero pobre, hoy, es el que se desprende de sus egoísmos, de su prepotencia, del creerse inmune a todo, de no escuchar a nadie, de pensar que “los religiosos estamos más poseídos de Dios y por lo tanto más protegidos”… Pobre es el que se desnuda por completo de todo ello para dejarse cuidar, para que otros lo atiendan, para escuchar la voz del sanitario que me invita a aislarme, a no salir para no contagiar, a tener paciencia.  

Como podemos ver, pobreza y obediencia van juntas de la mano.  Son íntimas e inseparables. Difícilmente seremos pobres sin obediencia y obedientes sin asumir nuestras pobrezas.  

Os invito a los consagrados a renovar y repensar estos dos votos, y a los seglares a consagrarse a ellos. Seguimos en tiempos de encierro. Entramos en él cuando iniciábamos la cuaresma y saldremos en tiempo de Pascua. No perdamos esta oportunidad de resurrección y nueva vida. Quizás la pandemia por coronavirus haya merecido la pena si el cambio es real y profundo y el vapuleo de la prueba nos dura algo más que la reacción ante un susto. 

Un comentario

  1. Muchas gracias por los artículos que escriben. Son estupendos, me hacen reflexionar, copiarlos y enviarlos a personas que les puede venir bien.
    Los estoy guardando para cuando podamos reunirnos en grupo y poder comentarlos. Ahora solo por ZOOM.
    Bendiciones,
    paloma, cm

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