Decía Thomas Füller que “quejarse es el pasatiempo de los incapaces”. No le faltaba razón a este historiador del siglo XVII cuando ya avistaba este “pasatiempo” en sus contemporáneos. Y es que la queja es de siempre y será para siempre, pero solo está en el interior de cada uno instalarse en ella y morir con ella, o enfocarla desde otra perspectiva de vida y mirando siempre a un horizonte que posibilita superar los problemas. 

La queja, es nuestra fiel compañera de viaje. Es muy habitual descolgar el teléfono y escuchar quejas al otro lado, hoy más que nunca. Nos quejamos por el confinamiento, nos quejamos de los políticos, nos quejamos del vecino, nos quejamos de esta hermana/o de comunidad que no hay quien lo aguante. Cuando podamos salir de nuevo, será habitual escuchar quejas por la calle, en el trabajo, en un transporte público, o paseando por el parque. Nuestro oído se volverá a adaptar a la escucha de expresiones tales como: “menudo atasco”, “otra cola enorme en el supermercado”, “no tengo un duro”, “me duele todo”, “mi jefe es un estúpido”, “no funciona nada”, “esto es un desastre”, “no aguanto a mi suegra”, “mi pareja no me entiende”, “si hiciesen las cosas de esta forma nos iría mejor”, “esto no se aguanta más”, “no se enteran de nada”… Tantas son las quejas que se han instaurado en la sociedad, que hay libros de quejas para todo: hoteles, restaurantes, servicios públicos, residencias, colegios… A cualquier lugar que vayas, cualquier negocio del tipo que sea, tiene que tener por ley un libro de reclamaciones, o lo que es lo mismo, de quejas. La queja, pues, nos acompaña en todo y para todo, y acude fiel y puntual cada día a cada paso que damos. 

¿De qué estamos hablando? ¿No hay pues que quejarse? Si alguien ve algo que no está bien, que hay que reconducir ¿debemos silenciarlo? No. Cuando hablamos de quejas nos referimos a una actitud de vida. Evidentemente si voy por la acera y me doy un golpe con una baldosa que me profiere una lesión, tengo  razones objetivas para quejarme y para presentar una reclamación formal en el ayuntamiento de turno; pero cuando aquí hablamos de quejas nos referimos a la postura que tomamos ante el trabajo, los amigos, la familia, la comunidad, la Iglesia…, en definitiva, hacia la vida en general. Hay personas que se quejan de todo, para todo, sin poner soluciones a nada, es su “pasatiempo” como nos decía Fuller, y esta persona vive anclada en la negatividad de vida. 

Debemos ser capaces de ser “autocríticos constructivos”, para poder enfocar una queja hacia los demás también constructiva y llevadera. Debemos concienciarnos que nuestras quejas siempre son proferidas desde una perspectiva subjetiva, y que aquel de quien nos quejamos, tendrá otra perspectiva diferente a la nuestra pero igual de respetable.  

¿Alguna vez nos hemos planteado cuál es su coste real? ¿Qué nos aporta la queja? ¿Cuáles son los resultados emocionales que se derivan de esta actitud? y ¿de qué manera influye en nuestras relaciones? No debemos olvidarnos que la queja lleva a la queja, y que eso provoca estar instaurados en un mundo de amargura y sinsabor que no nos lleva a ningún lado; siempre es más positiva la sonrisa, la esperanza, la ilusión, el hacer un esfuerzo por entender lo que a priori es inexplicable. 

Os invito a que veamos y reconozcamos la importancia de recuperar el arte de agradecer. “De la mano del agradecimiento surge de forma natural la valoración, es decir, la capacidad de apreciar lo que somos, lo que tenemos y lo que hacemos en el momento presente. Lo cierto es que cuanto más valoramos nuestra existencia, más abundancia experimentamos en la dimensión emocional de nuestra vida. Y cuanto más nos quejamos, más escasez padecemos. Prueba de ello es que aquello que no valoramos solemos terminar perdiéndolo” (Irene Orce). 

No conviene olvidar algo esencial en la vida, que el secreto de la felicidad está en aprender a valorar lo que tenemos y dejar de lamentarnos por lo que perdimos, por lo que ya no está, o por lo que desearíamos haber cambiado, aprendido o realizado

Con menos queja y más agradecimiento, la vida, el trabajo, las relaciones humanas, la política, la comunidad, la Iglesia, la religión, el mundo… podría sonreír un poco más. 

Un comentario

  1. Dios es el gran Misterio y caminar hacia Él exige despertar a los diferentes amores:
    Amor a Dios, a sí mismo, de padre, de madre, conyugal (que camina hacia la hermandad), fraternal y abnegado.

    Un abrazo desde la Tierra hasta el Cielo, sin dejar de orar por los hermanos que están en el Purgatorio

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