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Estemos donde estemos, recargados de energía y empezando a manejar con soltura una frecuente dosis de incertidumbre, nos preparamos para aplicar nuevamente los protocolos de prevención sanitaria en nuestras casas y/o al frente de nuestras responsabilidades. 

La prudencia se impone y la creatividad se sigue disparando para cumplir con los requerimientos normativos, las ocurrencias de algunos políticos y las nuevas necesidades de las personas y de las organizaciones. Mascarillas de diferentes diseños y telas, identificación de recorridos de entrada y salida inimaginables, dispensadores de geles con múltiples formas y tamaños, enormes y livianos termómetros láser de frente o de oído que miden la temperatura sin contacto…  

Pero, ¿qué echáis en falta?  

En un abrir y cerrar de ojos parece que un activismo incesante empieza a dominarnos, la responsabilidad nos encoge la postura y el desasosiego se apodera nuevamente de nosotros. Las prisas, los nervios y el cansancio vuelven a recuperar terreno y nos vamos instalando dócilmente en su dinámica, no sin cierta pereza, esperando a compensar en otro momento con algo, muchas veces externo, que nos regale momentos de felicidad.  

Muchos incluso no habéis tenido tiempo de descansar, con un suspiro se nos escapa entre los labios un ¡maldito covid! y en nuestra mente resignada “rebrotan” preguntas como la de ¿qué va a ser de nosotros, de nuestras familias o comunidades, del trabajo, del país o incluso de la humanidad? 

Ya sabéis que me encantan las preguntas, os lanzo dos: 

¿Son las circunstancias actuales las que nos condicionan irremediablemente? 

¿Qué no está inventado que de forma inmediata te devuelve a la realidad de paz, alegría, valor y esperanza deseada?  

No sé qué pensáis, yo diría que nos falta el termómetro de la oración unitiva. 

¿El termómetro de qué? 

El termómetro de la oración unitiva. 

¿Cuál es nuestra temperatura?, ¿en la intimidad de Quien podemos encontrar el secreto de la abundante felicidad? 

Os recuerdo una frase de San Agustin que nos habla del termómetro que he mencionado: 

«Dios no manda cosas imposibles, sino que, al mandar, te enseña a que hagas cuanto puedas, y a que pidas lo que no puedas».

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