Crecer en la ancianidad renovando nuestro voto de obediencia

Son muchos los que renuevan sus votos cada día. Actualizar su sentido y ser fieles no siempre es fácil. En esta ocasión reflexionamos sobre el voto de obediencia.

Dicen muchos de los que han profesado hace muchos años que el voto de obediencia es el más difícil. No lo sé. Cada lector religioso/a puede opinar una cosa diferente. No se trata de dificultad, sino que cuando abordamos esta realidad del análisis de los votos lo pretendimos hacer desde una actualización y vivencia hoy en día, en nuestra realidad, en nuestros días, de cada uno de ellos. Es probable que con 25 años algunos vosotros fuesen más complicados de asimilar que con 80. También en esto se evoluciona.

Algo indudable es que pobreza, castidad y obediencia son partes de un mismo cuerpo. No se pueden separar, aunque se refieran a ámbitos diferentes de nuestra vida. Tienen su fundamento en el deseo del religioso de conformar toda su vida al seguimiento de Cristo y a las formas de vida del Evangelio.

La obediencia no consiste en decir AMÉN, siempre y todo lugar, a nuestro amo. Esto sería una esclavitud, donde el esclavo tiene que obedecer a su dueño siempre que le pide algo. ¿Cómo podría alguien optar a la vida religiosa si la obediencia consistiese en este proceso de aceptación sumisa a lo que un superior le dice o pide? Creo que nadie. Es probable que algunos de los que estáis leyendo sintáis que en otros tiempos de vuestra consagración se asemejaba más a esto, quizás debido al autoritarismo y “respeto” máximo que se tenía hacia los superiores. Quizás, aun hoy, algunos superiores sigan sintiéndose a gusto en esta forma de servicio, no entendiéndolo como tal, sino como poder, como autoridad, como prestigio, como forma de subyugar al otro y así sentirse superior. Pero también es cierto que quien se considere libre de cualquier tipo de atadura caerá en la esclavitud.

Cristo marca el camino a seguir cuando le dice a sus discípulos:

«Ya no los llamo servidores, porque el servidor ignora lo que hace su señor; yo los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que oí de mi Padre.» (Jn, 15,15).

Pero este sentido de la amistad nos lleva muy lejos, sobre todo a entrar en un camino de obediencia que significa precisamente entrar en un camino de escucha. En latín, ob-audire, que dio lugar a «obedecer», significa escuchar a los demás, siendo los demás Cristo en el caso de un religioso. Me comprometo a escuchar la palabra de Cristo. ¡La obediencia es la escucha de la Palabra que salva!

“Pondré mis leyes en sus pensamientos; las grabaré en su corazón. Yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo.” (He 8, 10).

Dios os ha hecho capaces de escuchar su palabra y de adherirnos a ella por un » sí » voluntario y libre.

Nos llama a ser hijos que se dejan instruir. Y si sabemos escucharle hasta entrar en sus designios, seremos capaces de dar la única respuesta que espera de nosotros:

“¡Aquí estoy Señor para hacer tu voluntad!” (He 10, 7).

A la escucha

Por lo tanto, la obediencia, que nace de la escucha y se ejecuta mediante la escucha, es a Cristo no a un ser humano, esto para los que entran en conflicto con a quién obedecer. Los superiores (término ambiguo porque no es superior a nadie) son mediaciones, muchas veces buenas y algunas malas, que están en nuestra vida y mediante los cuales Dios hace camino con nosotros, a veces en contra de nuestra voluntad o de lo que uno cree mejor para sí mismo y el superior hace camino con cada uno para elevarlo, plenificarlo, no avasallarlo o aplastarlo.

Pero, ¿cómo se puede entender que alguien se comprometa por voto a ligarse a una institución que se presenta como portavoz de la voluntad de Dios?

Creo que el voto de obediencia tiene mucho que ver con el de pobreza. Somos obedientes tanto en cuanto nos hacemos pobres, sencillos y humildes, tanto en cuanto no queremos tener la última palabra sobre los demás, nos “empequeñecemos” no con espíritu de esclavo, sino con espíritu libre, sabemos escuchar activamente y sabemos interpretar.

Al servicio

Al mismo tiempo, un superior puede ejercer y ejecutar este voto desde el autoritarismo, produciendo frustración y vacío en los demás; o puede hacerlo desde el servicio, escuchando e intentando plenificar a los que están sujetos a obediencia de un superior; pueden asumir mal el voto de obediencia o puedo defender su punto de vista para que su palabra no sea la última, sino la penúltima.

Hermanos/as, San Ignacio de Loyola decía:

“La verdadera obediencia no mira a quién se presta sino por qué lo hace y si se presta por causa de nuestro único Creador y Señor, es a Él, Señor de todos, a quien se obedece.” (Constituciones de la Compañía de Jesús, 84).

Lo que significa que al obedecer al superior se obedece a Dios y que el superior no sustituye a Dios sino que le representa.

La autoridad en la Iglesia es siempre a imagen de Cristo. La autoridad la concede el Padre. La misión del superior es un servicio de comunión de las Comunidades y de las personas para la misión.

La grandeza del superior es vivir su misión como un servicio humilde, que no ha buscado, sino que lo ha recibido durante un cierto tiempo y que se esfuerza en cumplir con alegría y verdad. Sabe que todo servicio de autoridad alberga una tentación de poder, pero también sabe que, para luchar contra esa tentación tiene que ejercer su misión sin miedo y con una gran confianza en los Hermanos.

Él mismo tiene que vivir la obediencia. Está a la escucha del Espíritu, porque busca hacer la voluntad de Dios junto a los demás Hermanos. En realidad, es Cristo, a través de quien ha recibido la misión de superior, el que ejerce la autoridad. Por lo tanto, la autoridad, pues, debe ser vivida como la vivió Cristo, es decir, “tomando la toalla y lavando los pies a sus hermanos”. La autoridad es a la vez obediencia y servicio.

José Ramón López
Director de Operaciones

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3 comentarios

  1. Gracias por publicar este tema, muy interesante y que puede ayudar y ayuda al día día. Sugerimos sigan enviando varios temas. Gracias.

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